domingo, 12 de octubre de 2008

::Especificidades de la clínica con niños de orientación freudiana-lacaniana.

AGUSTIN CIUFFOLI
En la práctica con niños, al igual que con adultos, existen diversas teorías que dan cuenta de un modo particular de intervención, por lo que es necesario asumir una determinada postura.
El abordaje psicoanalítico, en esta cuestión, realiza un gran aporte, plantea ciertas particularidades que es fundamental tener en cuenta en la clínica. A pesar del gran desarrollo teórico y práctico logrado hasta el momento, al psicoanálisis con niños todavía le queda mucho por explorar.
Desde el enfoque freudiano-lacaniano no hay nada que impida que un psicoanálisis se lleve adelante con un niño. Sin embargo el trabajo presenta dificultades específicas con respecto a la entrada, la demanda, la interpretación y la terminación del tratamiento.
Para los post-freudianos existe una especialidad del psicoanálisis con niños, que tiene implicaciones preventivas además de curativas, con influencia en la educación, la pediatría y la medicina en general. Anna Freud sostenía una idea de profilaxis, por lo que no hacía una separación muy precisa con respecto a lo que es la Pedagogía. Se inclinaba a la educación, a la correcta organización de la personalidad del niño. Como dice Di Ciaccia, “es la autora que en el campo del psicoanálisis tentó de establecer una cierta relación interdisciplinaria entre pedagogía y psicoanálisis: cada analista debía ser un educador y cada educador debía ser un analista. El analista reuniría en su persona dos misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de analizar y educar a la vez, permitir y prohibir al mismo tiempo, librar y volver a coartar simultáneamente”[1]. Para Anna Freud el superyo del niño es muy débil y no puede controlar sus instintos, por lo que el analista deberá ser su guía educativa.
La tarea del psicoanálisis lacaniano no es profiláctica, de adaptación o de curación. Se hace hincapié en acompañar al niño y lograr en él esclarecimientos sobre las cosas que vive. El objetivo es develar la verdad de cada sujeto, conocer el deseo propio; y una de sus metas es lograr un cambio de posición subjetiva que permita ubicarse de manera distinta frente a las cosas que acontecen.
Para los lacanianos el psicoanálisis presenta una unidad, o sea que no hay especialidad en psicoanálisis para niños, pero sí hay cuestiones específicas que se repiten: en general la demanda de análisis no parte del niño, al menos no de manera directa, ya que tal vez no pueda hablar acerca de su sufrimiento pero sí puede manifestarlo en su comportamiento cotidiano; y usualmente son traídos por los padres que sienten que no son capaces de lidiar con la situación (aunque muchas veces se trata de padres que se sacan la responsabilidad de encima y envían a su hijo al psicólogo para que este lo “arregle”).

Acerca de aquellos que hacen la consulta Alba Flesler indica, “Los otros, los que demandan, los que llegan a la consulta no son un obstáculo en nuestra práctica, sino una razón de estructura. Es por la vertiente del saber que los padres nos suponen sobre niños, que llega el niño a la consulta. Ellos consultan en el límite de su función y le otorgan un supuesto saber de niños al analista de niños, es decir, el analista está supuesto saber por los padres que ubican en él la forma hipotética del Otro, allí donde no se sienten capaces de sostenerlo en el intercambio con el niño. Dicen de su incapacidad de autorizarse en una función, por lo que es importante tener en cuenta la transferencia con ellos en el sentido de devolverlos a su función. La cura en ese sentido estaría terminada, cuando el niño y sus padres pueden retomar esta constitución del Otro entre ellos, sin analista”.[2]
Pero la demanda no sólo puede venir de los padres, sino también de algún maestro, médico, pariente, vecino, etc. que lo sugirió o directamente lo impuso. Se trata de aquellas terceridades que intervienen donde los padres no hacen lugar al juego.
Aparece entonces, según Marité Ferrari, “la posibilidad de la transferencia como obstáculo para la dirección de la cura. Todo el tiempo nuestras intervenciones pivotean sobre la dificultad de estar atentos a maniobrar con los adultos a cargo del pequeño para que sigan trayéndolo a análisis. En el trabajo con niños no sólo contamos con momentos donde el pequeño se niega a venir porque se enoja con el analista, o se aburre, o prefiere hacer otra cosa. También nos encontramos con demandas o planteos del lado de los padres, o de la escuela, malos entendidos, reclamos, decepción, que llevan a veces a las interrupciones del análisis”.[3]
La dependencia propia del niño con respecto a sus padres plantea una dificultad en el análisis, ya que si bien estos últimos deben involucrarse y colaborar, muchas veces son los que obstaculizan el tratamiento. Por lo que el analista debe decidir a quién tomar en análisis, debe escuchar y no debe cometer el error de aliarse con los padres dejándose seducir con su demanda, o constituyéndose en enemigo del niño. Si bien en muchos casos, los que realmente necesitan de la atención psicológica son los padres, cuando el niño manifiesta un padecer es preciso brindarle la atención necesaria para que pueda superar la situación traumática que le tocó vivenciar.
Los motivos de los padres o adultos a cargo para hacer la consulta, no necesariamente coinciden con aquello que inquieta al niño, ya que los que consultan siempre piden algo para ellos mismos. Ferrari nos introduce en la peculiar “posición del analista de niños en cuanto a la cuestión de tener que vérselas con dos demandas, la que se le dirige desde el lugar de los padres, que vienen a consultar con el niño, y las del mismo niño. Demanda esta última indispensable para el establecimiento transferencial necesario para que un análisis sea posible”.[4]
Como se puede observar en el artículo Exigir el síntoma de Patrick Monribot, es necesario plantear el enigma en el niño que es traído por sus padres y que se va sin preguntarse nada acerca de si mismo, porque para él puede que no haya nada que ande mal. Surge la necesidad de un desplazamiento para que el niño se interrogue. No hay síntoma porque no hay interrogación. Si no se localiza el sufrimiento del niño, no hay por donde entrar al trabajo analítico, por lo que el analista deberá sancionar y reconocer lo que viene del niño, su palabra.

Retomamos a Ferrari para adentrarnos en el tema de la trasferencia, “Nos encontramos con que el analista es quien está dispuesto a intervenir en tiempos instituyentes, en tiempos de constitución subjetiva, en los avatares de lo preedípico, lo edípico, la latencia, la pubertad. Es decir que son intervenciones en tiempos en los que se va anillando la estructura nodal, el anillado real, simbólico, imaginario, que soporta la posibilidad de la estructura neurótica”.[5]
La transferencia, necesaria para que la intervención del analista tenga efecto, en el niño debe ser creada y sostenida. Distinto de lo que ocurre en el adulto, que se dirige a la clínica psicoanalítica porque elige el psicoanálisis y cree en él. Hay una ausencia del sujeto supuesto saber, o sea la suposición de que hay alguien que sabe, hacia el cual parte la demanda.
Lacan, con respecto a la transferencia, propone pensar el valor constructivo de la "neurosis artificial", nueva, que el sujeto construye con la figura del analista, para poder producir una lectura diferente, otra versión, que crea una nueva posición subjetiva; ya que según Marité Ferrari, “lo que se dirime en el análisis, es el modo en el que el sujeto pueda o no encontrarse con alguna de las claves de su goce, efectuando los cortes necesarios que aseguren la subjetividad, que cifre de algún modo su goce en el síntoma”.[6]

Es esencial conocer el lugar que el niño ocupa en el discurso de aquel que hace la consulta. Como indica Alba Flesler, “Con esto romperíamos una creencia de continuidad, al considerar que aquello que le pasa al niño es una prolongación directa de lo que escuchamos en el discurso de los padres”.[7]
Antes de nacer, y aún antes de ser concebido, el niño fue pensado, deseado, imaginado por los padres, por lo que al momento del nacimiento pasará a ocupar este lugar, con la importancia y las vicisitudes que esto acarrea.
Al decir de Ricardo Rodulfo en “El niño y el significante”, “La cuestión de qué es un niño, en qué consiste un niño, conduce a la prehistoria, tomándola no sólo en el sentido que Freud le otorga (primeros años de vida que luego sucumben a la amnesia), sino la prehistoria en dirección a las generaciones anteriores (padres, abuelos, etc.), la historia de esa familia, su folklore (…) Para entender a un chico o a un adolescente (de hecho, incluso a un adulto), tenemos que retroceder a donde él no estaba aún.”[8]
Continuando con Rodulfo, “Atender a la dimensión de la fantasías de los juegos, del grafismo, es muy importante, pero unilateral si se prescinde de las funciones simbólicas y de lo relativo a la prehistoria (...) excluyendo la consideración de los discursos que circulan en la familia sobre el niño, a quién va a sustituir, qué sitios hereda, etc. (...) Lo más terrible que le puede suceder a alguien es quedarse donde lo pusieron determinados significantes de la prehistoria, incluso cuando esos significantes aparentemente suenen bien.”[9]
Entonces, es significativo que el tratamiento no quede circunscrito al niño, sino que también se incluyan a los padres, para así poder producir algún efecto analítico en el discurso familiar. Janin aporta que “con los niños pequeños son tan importantes las entrevistas vinculares (niño-madre, niño-padre) como la entrevista familiar, que permiten desplegar en el marco del consultorio la dinámica de todo el grupo”.[10]
Acerca de las entrevistas preliminares, Ilda Levin comenta lo siguiente, “Debemos escuchar qué lugar ocupa el niño en la fantasmática materna y paterna. Las entrevistas preliminares y las que convocamos durante el tratamiento deben poder recuperar para cada sujeto las proyecciones sintomáticas que aprisionan el niño a tener que representar determinado papel en la configuración familiar de deseos y de goces bajo el modo de síntomas (...) Deben ser el sitio adecuado para que en el caso del niño, no siga funcionando como referente puntual de la queja paterna, puedan surgir las preguntas por la posible responsabilidad de cada uno en los problemas que están aquejando al niño y que surja la pregunta por los problemas que aquejan”.[11]
Escuchar, junto con el niño, estas verdades acerca del lugar que ocupa el mismo en el discurso familiar, como síntoma de la familia, puede ser muy incómodo para los padres. Algo que se jugaba de modo inconsciente, aparece ahora en la conciencia por medio de la culpa y la resistencia, ya que de alguna manera el síntoma del hijo permitía, a pesar del malestar que implicaba, un relativo equilibrio familiar. Es fundamental que el niño pase a un plano menos comprometedor, en el sentido de aquel que condensa los problemas, para poder así dejar de denunciar las verdades de la pareja familiar y ocupar un lugar más confortable.
En la actualidad, en la familia el niño está en posición de ser el objeto “a” porque no se cría más según el ideal de padre y madre como cabezas de familia (ideal propio de la modernidad), sino que la familia se consolida alrededor del niño, como objeto a partir del cual todos gozan. Entonces el niño pasaría a cumplir la función de salvar a los padres y unir a la familia, y por ende se convertiría a menudo en el síntoma de los padres o de la familia, y es desde luego al que se debe curar.
Según Lacan, el síntoma se figura como forma de funcionamiento, indica la forma de gozar. Es imprescindible averiguar quién sufre para saber de quién es síntoma el niño. Esta es la dificultad que plantea el síntoma, ya que aparece en primer lugar como síntoma de otro, por lo que hay que llegar al del niño.
En Dos notas sobre el niño, Lacan afirma que “el síntoma del niño está en condiciones de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar (...) El síntoma puede representar la verdad de la pareja familiar”. Añade que “la articulación se reduce en mucho cuando el síntoma que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre (...) el niño se convierte en el objeto de la madre, realiza su presencia como el objeto “a” en el fantasma. Satura de esta manera el modo de falta en el que se especifica el deseo de la madre”.[12]

En un principio dijimos que el psicoanálisis con niños era posible y que constaba de ciertas especificidades. Siguiendo esta línea, se puede nombrar otra característica particular, y es que no es posible pedir a un niño que asocie libremente. Es necesario proveerse de un medio acorde con sus manifestaciones naturales y espontáneas, tales como el juego y el dibujo, para poder así interpretar analíticamente el discurso y el actuar del niño durante una sesión.
Los síntomas, sueños y fantasías ocuparán un lugar importante dentro del proceso analítico, puesto que son formaciones a partir de las cuales se manifiesta el inconsciente infantil. Suele predominar el modo de representación visual y motor, y hay un máximo valor de la palabra en relación al acto, por lo que la lectura de acciones, gestos y dibujos es fundamental.
Con respecto al trabajo en la clínica, Beatriz Janin relata, “No creo que un niño sepa mágicamente de qué se trata lo que le proponemos si no le explicamos. La idea de trabajar juntos me aparece central y uso el término trabajar para no ubicar el juego como un objetivo, sino como un medio (...) Los niños hablan de su sufrimiento del modo en que pueden…en tanto haya alguien que esté dispuesto a escucharlos”[13]. En los casos que la subjetividad se vea obturada, el juego resulta ser el mejor recurso para trabajar con un niño que no puede hacer propio el registro de lo simbólico. Permite tomar una postura activa, creativa, y ofrece una salida a lo programado y esperado.
Manifestaciones tales como el juego o el dibujo pueden mostrar cuál es el problema del niño desde el punto de vista del niño. Beatriz agrega, “Debemos ofrecerles material adecuado (que en verdad puede ser cualquier cosa con la que puedan dibujar, jugar o modelar). Y mostrarnos nosotros dispuestos a escucharlo, a meternos en su mundo, a tomar enserio lo que dice y a creer lo que nos cuentan”.[14]
El juego, el dibujo o el hablar deben ser recibidos por el analista del mismo modo que el relato de un sueño o un síntoma. Levin propone que “el dibujo sea considerado como un jeroglífico, una letra que está ahí para ser leída, pero cuya significación en principio desconozco”.[15]
La interpretación de la que se valen algunos post-freudianos, tales como Anna Freud y Melanie Klein, es del tipo de una traducción de lo que expresa el niño para arribar a lo que se esconde detrás de la fantasía. Se traslada la fantasía a la realidad. Intenta hacer conciente lo inconsciente, poner un coto pulsional. Utilizaban el juego para que los niños desplieguen sus síntomas y fantasmas en sesión. Aunque seguido a esto se introducía sentido a cada juego, fijando así el síntoma (S1=S2). Lacan, por su parte, deja a S2 como una incógnita para que se puedan seguir agregando nuevos sentidos, que retornan a S1.
Lacan advierte que con la traducción se fija el sentido del goce, cuando en realidad de lo que se trata es de crear nuevos sentidos. Es típico de los post-freudianos introducir sentido a cada síntoma, sin tener en cuenta que al introducir sentido se fija el síntoma. Entonces el analista deberá escuchar y observar lo desplegado por el niño en el dibujo y el juego. Estos tienen la particularidad de dar a ver, de mostrar, de decir, de poner al alcance del analista un saber, que de otro modo no se podría haber obtenido. Es fundamental no adherir de manera precipitada un significado a aquello observado, para que puedan ir transcurriendo nuevos sentidos, y poder así aprehender el modo en que el niño está implicado en el deseo de sus padres, ya que del lugar que ocupe va a depender su estructuración como sujeto, su destino psíquico.
Juan Vasen realiza una descripción acerca de la relación del fantasma y el juego, y la capacidad de este último para remover los síntomas que derivan del fantasma, “el sujeto que está representado en el fantasma ocupa lugares o ejerce actos o funciones que, por motivos morales o éticos, son inaceptables para la conciencia. La perversión y el sadomasoquismo son la lógica dominante en el fantasma. Y lo convierten en una suerte de guión inconsciente para las formas de trato y relación con otros, para el lazo social. Por eso es ofensivo y fuente de síntomas y trastornos. También ésta es la razón por la que intervenir en su estructura es tan importante. Las inscripciones y mandatos inconscientes suelen determinar renuncias y posicionamientos sacrificiales”.[16]
Vasen nos ilumina acerca del por qué se puede intervenir en el fantasma a partir del juego: tienen una estructura en común: “Los dos se dan como escenas basadas en un guión, que contempla secuencias, en las que son posibles modificaciones de los personajes, sus atribuciones o sobre la sintaxis que la sustenta”.[17] Pero si bien tienen una estructura en común, tienen diferencias que son fundamentales, ya que el comando del fantasma es inconsciente y el del jugar es conciente, además el fantasma impone modos de goce, mientras que el juego propone a través del “dale que...” la estructuración de otros mundos lógicamente posibles donde diferentes disfrutes pueden hacerse un lugar.
Entonces, Vasen va decir que “Lo particular del juego es justamente conmover las rigideces fantasmáticas (...) A través de ese “reordenamiento” lúdico las presencias atormentadoras pueden adquirir un carácter más agradable e inofensivo”. Y la técnica sería la siguiente: “Es posible ir intercalando lúdicamente, otras versiones de los personajes creados bajo la lógica del fantasma (...) Al quedar en falta los personajes pierden consistencia. La rigidez y la estereotipia se debilitan”.[18] A estas intervenciones las denominó “inter-versiones” puesto que no se trata solamente de intervenciones del analista sino que también serían versiones surgidas en el espacio transferencial analista-analizante.

Algo que no puede dejar de ser tenido en cuenta es un particular modo de expresión que se da en la clínica, y con mayor frecuencia en la clínica con niños: el acting. Este modo de decir a partir del cuerpo aparece más que nada en el análisis con niños debido a que los mismos se encuentran en tiempos de constitución subjetiva, y lo que indica es la certeza de la angustia, que es lo que no engaña. Como expresa Marité Ferrari, “La equivocidad es propia de la estructura significante, el significante es equívoco, nos engaña (...) En tanto la angustia no engaña, porque indica allí donde aparece cierto fracaso en el corte, falta la falta. Allí donde debiera haberse escriturado algún objeto como faltante, hay una positivación del goce incestuoso, y el acting procura fallidamente un corte dando a ver esto que debiera haber sido reprimido”.[19] Con respecto a la intervención más propicia para estos casos, Ferrari enuncia que “La dificultad reside en maniobrar para que la angustia esquicie al sujeto, para instaurar cierto corte, que posibilite una cesión de goce, del goce incestuoso que se revela en el polimorfismo infantil”.[20]

El psicoanálisis tiene muy en cuenta los efectos que produce el pago de las sesiones en los sujetos que están implicados en la misma. El pago es necesario, algo del goce se tiene que ceder para recuperarlo luego de manera no idéntica. En el caso del analista, paga con su persona y sus palabras. Claro está que a los niños se les complicaría el hecho de realizar un pago de orden monetario, por eso un buen recurso es el “pago simbólico” (puesto a prueba por Françoise Dolto, psicoanalista francesa, discípula de Lacan), en el cual se les pide que busquen o elaboren algún objeto en particular y lo lleven a sesión, es decir se les encomienda un trabajo.

Por último, la duración del análisis es variable, es a medida del sujeto. En los niños puede llegar a haber efectos terapéuticos rápidos, mas el análisis debe quedar inacabado para no instalar fijación, a pesar de que el niño pueda dar a ver, más que su versión del objeto “a”, el modo en que circula el falo en la estructura familiar. El análisis con niños debe tener este carácter inconcluso que permita ser retomado más adelante.





[1] Di Ciaccia, Antonio, De la pedagogía al psicoanálisis, conferencia en el marco de las Conferencias del Campo Freudiano, 1989.
[2] Flesler, Alba, Saber y Verdad en la Neurosis Infantil, Noviembre de 1991.
[3] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.
[4] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.

[5] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.

[6] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.
[7] Flesler, Alba, Saber y Verdad en la Neurosis Infantil, Noviembre de 1991.
[8] Rodulfo, Ricardo, El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1991.

[9] Rodulfo, Ricardo, El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1991.

[10] Janin, Beatriz, Abriendo el juego… Revista “Actualidad en Psicoanálisis”, edición número 361, marzo de 2008.

[11] Levin, Ilda, Entrevistas preliminares con niños y adolescentes: su función en la clínica hoy. Revista “Actualidad en Psicoanálisis”, edición número 361, marzo de 2008.

[12] Lacan, Jacques, Dos notas sobre el niño, 1969, publicado en Intervenciones y Textos 2, Editorial Manantial, 1988.

[13] Janin, Beatriz, Abriendo el juego… Revista “Actualidad en Psicoanálisis”, edición número 361, marzo de 2008.

[14] Janin, Beatriz, Abriendo el juego… Revista “Actualidad en Psicoanálisis”, edición número 361, marzo de 2008.

[15] Levin, Ilda, Entrevistas preliminares con niños y adolescentes: su función en la clínica hoy. Revista “Actualidad en Psicoanálisis”, edición número 361, marzo de 2008.

[16] Vasen, Juan, Intervenciones psicoanalíticas en la infancia: entre duendes y fantasmas.

[17] Vasen, Juan, Intervenciones psicoanalíticas en la infancia: entre duendes y fantasmas.

[18] Vasen, Juan, Intervenciones psicoanalíticas en la infancia: entre duendes y fantasmas.

[19] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.

[20] Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo.









BIBLIOGRAFIA



- Di Ciaccia, Antonio, De la pedagogía al psicoanálisis, conferencia en el marco de las Conferencias del Campo Freudiano, 1989.
- Ferrari, Marité, Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Piscomundo. Seminario: La dirección de la cura en el análisis con niños.
- Flesler, Alba, Saber y Verdad en la Neurosis Infantil, Noviembre de 1991. Fuente:www.efba.org/efbaonline/flesler-03.htm
- Janin, Beatriz, Abriendo el juego… Revista “Actualidad en Psicoanalisis”, edición número 361, marzo de 2008.

-Lacan, Jacques, Dos notas sobre el niño, 1969, publicado en Intervenciones y Textos 2, Editorial Manantial, 1988.

- Levin, Ilda, Entrevistas preliminares con niños y adolescentes: su función en la clínica hoy. Revista “Actualidad en Psicoanalisis”, edición número 361, marzo de 2008.

- Miller, Jacques-Alain, ¿Qué es ser lacaniano?, Editorial Lazos, Publicación de Psicoanálisis.

- Monribot, Patrick, Exigir el síntoma, Artículo publicado en la Revista de la Causa Freudiana Nº49 “L´obscur de la jouissance”. Traducción libre de Marcela Errecondo, para Erina on line.

- Rodulfo, Ricardo, El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1991.

- Vasen, Juan, Intervenciones psicoanaliticas en la infancia: entre duendes y fantasmas. Fuente: www.juanvasen.com.ar/Duendes.htm

No hay comentarios: