miércoles, 8 de octubre de 2008

::Acerca del niño, un sujeto a advenir

BERNARDO JURUN
Para comenzar este trabajo sería conveniente comentar cómo se realizó el dispositivo del cartel. Siento que fue una experiencia distinta e interesante, ya que fue la primera vez en toda la carrera universitaria en que se trabaja de tal forma, con un compromiso y una suerte de especialización sobre la temática elegida, en este caso, la clínica con niños.
Me resultó de suma utilidad la modalidad del dispositivo, porque al trabajar los primeros recorridos teóricos en forma grupal pudimos debatir y dialogar acerca del material que nos convoca y de esa forma los conocimientos se adquieren con mayor facilidad y, además, se produce un enriquecimiento desde lo productivo que puede no darse si se trabaja de manera individual. Nuestro grupo se reunió varias veces, leyendo y analizando grupalmente los textos elegidos acerca del tema que nos aúna.
Si bien cada integrante del grupo tiene sus motivos para agruparse en este cartel, en lo personal la clínica con niños me despierta un interés y una conexión particular con la práctica analítica, ya que si bien Freud no pensó el psicoanálisis con el fin de atender a niños, es cierto que la dinámica del análisis, si todas las condiciones lo posibilitan, siempre remite a la infancia del sujeto; es decir que la infancia se presenta como un momento fundamental en la estructuración del desarrollo psíquico, y entonces me resulta interesante preguntarme por qué la niñez es tan fundante en la subjetividad de todo ser hablante. Quizás, para esto, no haya más que recurrir a textos de Freud y de Lacan que expongan todo el desarrollo psíquico que el niño adquiere desde ya antes de nacer, al insertarse en un mundo parlante, un mundo de lenguaje que lo baña y lo va constituyendo. Muchos son los avatares que el niño recorre en su formación, desde el puro placer satisfactorio hasta las pérdidas constituyentes del psiquismo, y que hacen pensar la complejidad del desarrollo humano a nivel psíquico.
Por eso, el análisis de cualquier ser hablante convoca a que el paciente hable de sus relaciones tempranas, con esos Otros con los que se relacionó y que fundaron su vida anímica. Nadie puede escapar de esta realidad psíquica ya que todos necesitamos como seres indefensos al nacer de alguien que nos auxilie, nadie es un ser autómata que puede subsistir y desarrollarse sin el Otro, y su consecuente deseo, al menos desde la condición humana. Es aquí que la niñez nuevamente se presenta como relevante en el análisis, como un lugar por el que necesariamente el sujeto historiza en sus sesiones.
Ahora bien, el psicoanálisis bien se ocupa de explayarse acerca de la dinámica y todo lo que acontece en el análisis con los pacientes adultos, pero poco se sabe quizás sobre cómo desempeñarse en el caso de que esos pacientes sean niños, chicos de temprana edad que son traídos al consultorio, en general por sus padres, debido a una preocupación que, mayoritariamente, les afecta a ellos, narcisisticamente, o a una institución que los deriva, tal es el caso de la escuela, por ejemplo.
Por eso, me surge el interrogante de qué se trata la clínica con niños, cómo proceder en la sesión con ellos y de qué manera trabajar sin que los padres intervengan demasiado en cada sesión. Por tal razón, voy a recurrir a los aportes de diversos autores para que nos permitan esclarecer un poco estas preguntas.

Quizás sea conveniente comenzar con una definición de infancia que Cristina Savid retoma del texto “Tres ensayos” donde Freud la define como un tiempo anterior, prehistórico, que oculta los comienzos de la vida sexual; aunque simultáneamente, diga, en la Conferencia 23, que la neurosis infantil es una neurosis de la primera época y que es consecuencia del encuentro con la sexualidad, como toda neurosis.
La misma autora hace un recorrido de los acontecimientos a nivel psíquico que le ocurren al niño desde antes de nacer y además, pone su acento en la función que la madre habilita acerca del Nombre del Padre. Tal operación hace que el niño instaure a su padre como Nombre a través de la madre, es ella quien lo inscribe en un lugar simbólico. Por eso, para que un niño abandone el lugar de objeto hablado por Otro, propio de la díada madre-hijo, “habrá que invitarlo a participar de un linaje, una cadena de transmisión generacional que garantice la exogamia, y así, la madre promueve la discontinuidad entre el cuerpo suyo y el de su hijo”.[1] Resulta de suma importancia que la madre habilite este lugar, que le de el espacio al niño para poder ingresar a la cultura de la mano del Nombre del Padre; es decir que es fundamental habilitar estos espacios desde el lado materno para el advenimiento del sujeto; se trata de establecer separaciones, hiancias que son concomitantes del desarrollo anímico. Separaciones que bien se pueden visualizar en el análisis con niños, donde los padres se resisten a dejar solos a sus hijos con el profesional.
A propósito de lo anterior, Rodulfo se ocupa de señalar que al niño se le asigna un lugar dentro del mito familiar, entendiendo a este último como un conjunto de significantes que lo preexisten y marcan su subjetividad, es decir, ciertas concepciones, de alguna manera heredadas, que ya antes de nacer hacen que el chico sea deseado, pensado, nombrado e idealizado por sus padres desde su propio narcisismo. Se le depositan significaciones que parten del Otro. Así, los niños habitan un mito, estando dentro de una historia familiar que los preexiste y, por ende, los determina. Desde este mismo mito, el niño aprehende sus significantes.[2]
Evidentemente, la clínica con niños supone involucrase de otra manera y establecer otro tipo de vínculo y de transferencia que con los adultos, al no estar toda su subjetividad desarrollada y al no contar con un discurso de parte del paciente que posibilite cumplir con la regla de la asociación libre. Por ello, el juego resulta una herramienta fundamental como analistas a la hora de trabajar con chicos; es un dispositivo básico que acompaña el desarrollo de la constitución psíquica del niño. Es en el juego donde el analista puede operar asociativamente y leer en él lapsus o actos fallidos que comete el niño.
Cristina Marrone comenta que el juego encuentra su basamento en la pérdida, el chico pierde algo en su goce. Así, lo que el juego provoca es una pérdida, una separación con el campo del Otro (quien en un principio alienó al niño y le otorgó su sentido); el juego produce significantes que ahora no serán del Otro sino que le pertenecen al niño mismo. Por eso, define al juego como “ese viaje que el niño efectúa de un Otro al otro”[3]. Aquí esta la dimensión de la pérdida, una separación del campo del Otro que es posibilitada mediante el juego. Lo lúdico deja marca en la subjetividad del niño a través de representaciones internas, haciendo a la constitución de su subjetividad. De esta manera, lo que el juego produce, según esta autora, es un intervalo entre el sujeto y el Otro.
En relación a esto, el proceso del fort-da sirve para pensar los aconteceres que el niño experimenta en relación a la separación de su madre, el despliegue de esa presencia-ausencia que se presenta como constituyente de su aparato anímico, donde el niño reproduce en la experiencia de arrojar y recoger el carretel el momento de separación con su madre. Es aquí donde el juego se visualiza como un acto que reproduce lo que al chico le acontece en su vida anímica.
Quien también se ocupa del juego es Winnicott. Para este autor la experiencia cultural del niño es entendida como la ampliación de la idea de los fenómenos transicionales y del juego, es decir, que es el espacio potencial que existe entre el individuo y el ambiente, y empieza con el vivir creador del chico, cuya primera manifestación es el juego. “Todo lo que sucede en el juego se ha hecho antes, sentido antes, olido antes, y cuando aparecen símbolos específicos de la unión del bebé y la madre (objetos transicionales), dichos objetos fueron adoptados, no creados. Pero para el bebé (si la madre ofrece las condiciones correctas) cada uno de los detalles de su vida es un ejemplo de vivir creador. Cada objeto es un objeto hallado. Si se le ofrece la posibilidad, el bebé empieza a vivir de manera creadora, y a usar objetos reales para mostrase creativo en y con ellos. Si no se le da la posibilidad no podrá jugar o tener experiencias culturales”.[4] Señala que el objeto es un símbolo de la unión del bebé junto a su madre, y entiende que el objeto transicional del niño es la primera posesión no-yo, y es la primera utilización de un símbolo y su primera experiencia de juego.
De esta manera se toma el juego como un aspecto creativo en el que el niño reproduce en análisis las marcas psíquicas de sus relaciones tempranas; siempre en cuando, como se dijo anteriormente, la madre posibilite las condiciones subjetivas para que en él se pueda producir el juego.

En relación a las entrevistas preliminares que ocurren en análisis, Ilda Levin señala que cuando la entrevista es con niños, el juego, el dibujo y los silencios incluso, pueden mostrar cuál es el problema desde el punto del chico, si se está dispuesto a escuchar su padecer. Retoma a Lacan, en “Las dos notas sobre el niño”, donde se refiere al mismo como síntoma de la estructura familiar. Levin afirma que se debe escuchar qué lugar ocupa el niño en la fantasmática materna y paterna. “Las entrevistas preliminares y las que convocamos durante el tratamiento deben poder recuperar para cada sujeto las proyecciones sintomáticas que aprisionan al niño a tener que representar determinado papel en la configuración familiar de deseos y de goces bajo el modo de síntomas”[5].
Se trata de que los infantes no sigan funcionando como referentes de la queja paterna, y que puedan surgir en análisis las preguntas por la posible responsabilidad de cada uno en los problemas que aquejan al chico.
Es importante destacar que los analistas que trabajan con niños deben tener en cuenta que los motivos por los que los padres consultan no necesariamente coinciden con los motivos del niño. Los chicos deben poder elegir y hallar las maneras de mostrar si quiere o no atender sus problemas.
Desde los primeros encuentros con el niño se trata de instalar un marco donde el analista se debe abstener de interpretar y otorgar sentido demasiado pronto, y por lo tanto, el juego, dibujo, el hablar y los silencios son recibidos como un síntoma o como si se relatase un sueño; por eso, es preciso no tomar en consideración lo que ve o lo que le parece acerca del dibujo o juego sino tomarlos en su dimensión enigmática. Por eso Levin propone considerar al dibujo como un jeroglífico, una letra que está ahí para ser leída, pero cuya significación e interpretación en principio se desconoce.
Relacionado a la esto, Beatriz Janin dice que “en las entrevistas preliminares se va esbozando quién pide y qué es lo que pide, quién sufre y de qué conflictos se trata”.[6] Señala algunos ítems a tener en cuenta, como los siguientes:
cuando se consulta por un niño no se sabe en realidad por quién se consulta.
Los que piden la consulta están involucrados en aquello de lo que hablan.
Los que consultan siempre piden algo para ellos mismos.
Mayoritariamente aparecerán otras cuestiones distintas al motivo de consulta que llevarán a que el niño sea ubicado de una determinada manera.
De estos señalamientos se desprende que siempre la subjetividad propia de los padres no se aparta tan fácilmente en análisis, es decir que cuestiones de tipo narcisitas e intereses de los mismos padres son las que muchas veces se ponen en juego en la clínica con niños, al esperar de su hijo el cumplimiento de sus ideales y la realización de sus propios deseos.
Coincidiendo con la autora anterior, Janin considera que se le debe ofrecer el material adecuado para que el niño despliegue su dinámica en el análisis, es decir, hacer cosas con la que puedan dibujar, jugar u otro acto simbólico. El psicólogo debe mostrarse dispuesto a escucharlo, a meterse en su mundo y tomar en serio lo que el chico enuncia, ya que los niños hablan de su sufrimiento del modo en que pueden, en tanto haya alguien que esté dispuesto a escucharlos. El chico va a contar sus pareces del modo en que pueda, ya sea dibujando, hablando o jugando, por eso el juego se presenta no como un objetivo sino como un medio para desplegar sus acontecimientos psíquicos.
Además, es cierto y necesario que la transferencia se ponga en juego; así, el niño investirá a la figura del analista, o despertará en él recortes de su propia infancia; jugará con él acercamientos y distancias, repetirá historias pasadas, y desplazará sobre el psicólogo ciertos personajes de su vida.
A propósito del aspecto transferencial, según Ferrari, lo particular de la posición del analista de niños es tener que vérselas con dos demandas, la dirigida desde el lugar de los padres, que llevan a su hijo a consulta, y la que parte desde del mismo niño. Ésta última es fundamental para el establecimiento transferencial, que es necesario a fin de que el análisis sea posible.
Tal como sucede con los adultos, en el caso de los chicos, la transferencia “se trabaja apostando a la constitución la neurosis de transferencia, para sostener ese lugar que Lacan formaliza como Sujeto Supuesto al Saber”[7], o sea, que el analista va a soportar el lugar de Otro de la transferencia.
Es decir que hay doble juego transferencial, con el niño y con los padres, que el analista no puede perder de vista. También es importante destacar que pueden surgir obstáculos para la dirección de la cura en la transferencia, donde el psicólogo se encuentra en determinadas encrucijadas debido a que se presentan resistencias del propio niño a concurrir a análisis, ya sea porque se aburre, porque prefiere hacer otra cosa o porque se enoja con el analista. Pero además existen los planteos, quejas o demandas desde el lado de los padres, o de la institución escolar, que pueden llevar a la interrupción del análisis, ya se trate de temas de honorarios, de horarios, de sobrecarga de actividades para el niño, de intolerancia o impaciencia para visualizar resultados de una mejoría. Estos aspectos que hacen a la transferencia no quedan por fuera de teparia, sino que son cuestiones a leer, a interpretar.
Por lo tanto los obstáculos y la transferencia misma involucran estos dobles aspectos de parte del niño mismo y también de parte de los padres.

Evidentemente, la infancia es un momento fundamental en la constitución psíquica. El ser humano necesita de Otro que lo asista desde su deseo, Otro que se revela como imprescindible en su desarrollo anímico ya que no somos seres autómatas ni totales sino sujetos en abertura[8]. La niñez resulta concomitante con el deseo materno, ese deseo que determina al niño desde temprana edad y dirige toda su formación. Así, la clínica con niños necesariamente va a implicar el paso por el lugar que ocupa el chico en el deseo materno y en la estructura y dinámica familiar; es importante que la madre de lugar y habilite ciertos espacios para la subjetivación de ese niño.
Siempre el análisis va a ir acompañado de los mitos familiares, el niño va a estar precedido por eso. Además, en la clínica con niños el juego se presenta como un acto creativo que realiza el chico para desplegar en análisis la reproducción de sus relaciones tempranas, tal como ocurre cuando el niño se separa de su madre y de esta manera se plasma en lo lúdico algo del acontecer psíquico.
De tal forma, el niño, con los elementos a su alcance, entiéndase, la palabra, el juego, el dibujo, u otro acto simbólico va a poner de manifiesto aquello que vivió en su historia personal; allí es donde el analista debe pesquisar estas producciones inconcientes y trabajar en relación a ello, más allá de los obstáculos y los impedimentos que puedan presentarse en terapia, para la dirección de la cura.
Bibliografía

Ferrari, Marité: “Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura”. Blog: http://clinicayactualidad.blogspot.com/. Fuente: Psicomundo. Seminario: La dirección de la cura en el análisis con niños. 30 de junio de 2008.
Freud, Sigmund: “Introducción del narcisismo”. Tomo XIV. Capítulo 2. Primera Edición. Bs As. Editorial Amorrortu. 1985.
Freud, Sigmund: “Mas allá del principio de placer”. Tomo XVII. Capítulo 2. Primera Edición. Bs. As. Editorial Amorrortu. 1985.
Janin, Beatriz: “Abriendo el juego”. Suplemento Actualidad Psicológica.
Marrone, Cristina: “El juego, una deuda del psicoanálisis”. Capítulo 1 y 2. Editorial Lazos. Buenos Aires. 2005.
Lacan, Jaques: “Introducción al Gran Otro”. Primera Edición. Buenos Aires. Editorial Paidós. 1983
Levin, Ilda: “Entrevistas preliminares con niños y adolescentes: su función en la clínica hoy”. Suplemento Actualidad Psicológica.
Rodulfo, Ricardo: “El niño y el significante”. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1993.
Savid, Cristina: “Aun… La infancia”. Clínica Psicoanalítica con niños. Jornadas Académicas 2003. Rosario. UNR. 2004.Winnicott, Donald: “Realidad y juego”. Capítulo 7: “La ubicación en la experiencia cultural. Primera Edición. Bs. As. Editorial Gedisa. 20
[1] Savid, C.: “Aun… La infancia”. Clínica Psicoanalítica con niños. Jornadas Académicas 2003. Rosario. UNR. 2004.
[2] Rodulfo, R. “El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana”. Capítulo 1. Tercera Edición. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1993.
[3] Marrone, C. “El juego, una deuda del psicoanálisis”. Capítulo 2. Pág 38. Editorial Lazos. Buenos Aires. 2005.
[4] Winnicott, D.: “Realidad y juego”. Capítulo 7: “La ubicación en la experiencia cultural”. Pág. 136. Primera Edición. Bs. As. Editorial Gedisa. 2002.
[5] Levin, I.: “Enrevistas preliminares con niños y adolescentes: su función en la clínica hoy”. Suplemento Actualidad Psicológica.
[6] Janin, B. “Abriendo el juego”.Suplemento Actualidad Psicológica.
[7] Ferrari, M. Blog: http://clinicayactualidad.blogspot.com/. “Transferencia como condición y como obstáculo en la dirección de la cura. Fuente: Psicomundo. Seminario: La dirección de la cura en el análisis con niños. 30 de junio.
[8] Lacan, J. “Introducción al Gran Otro”. Edición Primera. Buenos Aires. Editorial Paidós. 1983.

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