miércoles, 8 de octubre de 2008

:: Juguetes perdidos: El juego como estructurante del psiquismo en Freud y Winnicott.

CLAUDIO PICABEA


Partimos de un descubrimiento: no hay ninguna actividad significativa en el desarrollo de la simbolizacion del niño que no pase vertebralmente por el jugar.
Ricardo Rodulfo[1]
Para dar cuenta del desarrollo en cuanto estructurante de la psique tomaremos a Donald W. Winnicott. Nos referimos a lo que él llamará fenómenos transicionales, así como a la revisión de la teoría psicoanalítica del juego que, hasta él, se basaba casi exclusivamente en la necesidad de descarga pulsional.
Este autor critica en forma radical la concepción de un aparato psíquico cuyas únicas alternativas sean las derivadas de un presunto funcionamiento omnipotente, alucinatorio (propio del mundo de la realidad interna subjetiva), o la adaptación plástica y no creativa a la realidad exterior en cuanto proveedora de necesidades.
El descubrimiento de Winnicott en cierto punto y a grosso modo es la reinserción del otro en psicoanálisis, ya que comienza su base teórica en donde lo que primaba era la postura kleiniana que marcaba el postulado endogenista como constitutivo del psiquismo y en relación al jugar del niño, como modo privilegiado de elaborar la angustia y obtener placer.
Desde lo más íntimo de la teoría kleiniana, es decir, desde sus teorías de la angustia, surge uno de sus mayores hallazgos técnicos: el psicoanálisis de niños basado en el juego.
El ser humano juega. Juega para repetir, pero también para elaborar, para simbolizar. Despliega en el juego ese fascinante mundo de imagos que a través de las personificaciones cobran vida.
Leyendo a Winnicott se refleja la idea de que una obra original; centra sus estudios en la relación madre-lactante y la evolución posterior del sujeto a partir de tal relación: la madre debe respetar al bebé. Si no lo respeta, si no lo considera de entrada como persona, nunca llegará a serlo. Es el gesto espontáneo, la movilidad, la agresividad constitutiva del mundo y de la realidad, la omnipotencia infantil, lo que la madre debe sostener en un primer momento para que este ser humano alcance ese sentimiento básico de confianza. Sabemos que sólo después puede ser desilusionado, y que de este modo accederá al no-yo, al simbolismo y, de allí, al campo inmenso de la cultura.
A partir del nacimiento no se puede decir que el neonato o bebé es una unidad psíquica. Durante el primer año de vida, la diada madre-infante constituye una unidad. La madre es el primer entorno del infante. Si todo recién nacido sano tiene una tendencia innata a desarrollarse como una persona total y creadora, ha de poseer sin embargo un entorno inicial como base para tal desarrollo. En los primeros meses de vida (especialmente durante el período de la lactancia), el entorno es casi sinónimo de la madre. En ese momento, la intervención del padre está mediatizada por la madre y, en un primer momento, el padre cumple la función de favorecer al entorno: el padre interviene ayudando a la madre y preservando a la diada madre-lactante, aportando a la madre (en cuanto entorno) sentimientos de seguridad y de amor que ésta transmite al hijo.
Sin embargo, un exceso de apego entre la madre y el hijo es patológico; la preocupación maternal primaria suele ser espontánea, lo que importa es que en ella se dé un equilibrio entre una madre suficientemente buena y una "madre banalmente dedicada" al niño. Una madre suficientemente buena es aquella que es capaz de dar cabida al desarrollo del verdadero yo del niño, es decir acoger su gesto espontáneo, en el sentido de lo que el niño quiere expresar, e interpretar su necesidad y devolvérsela como gratificación. A partir de la frustración va emergiendo en el niño un falso yo, que tiene función adaptativa, como una suerte de acercamiento a un principio de realidad.
Bien observa Winnicott[2] que la madre en un principio debe ilusionar al bebe para desilusionarlo gradualmente. Esto quiere decir que el bebé, ante su necesidad de comer, es acogido por la madre y ésta le ofrece su pecho para alimentarlo, de tal modo que se dispone una situación donde el lactante tiene la ilusión de que el pecho fue creado por él y que es parte de él. Pero a medida que la madre lo desilusiona o lo desgratifica, el bebé va percibiendo que no es uno con la madre, disponiéndose a entrar en contacto gradualmente con la realidad y su subjetividad.
Como consecuencia de tal equilibrio, el infante percibe la medida de su dependencia y adquiere la capacidad de hacer notar sus necesidades al entorno.
Al producirse la ruptura de la unidad madre-lactante, el niño logra ir independizándose mediante espacios, fenómenos y objetos transicionales
Winnicott[3] observa que en el niño recién nacido existe un estado intermedio entre la tendencia a usar el puño o los dedos para estimular la zona oral en una forma "subjetiva" o "narcisista", y su salida al mundo de los objetos reales, objetivos, representados por un osito o un muñeco con el cual el bebé juega poco tiempo después. Dicho estadio intermedio está señalado por el uso de lo que el autor ha dado en llamar objetos transicionales, que en realidad constituyen sólo la manifestación visible de un espacio particular de experiencia que no es definible como totalmente subjetiva ni como completamente objetiva: el de los fenómenos transicionales. Este espacio no es interior al aparato psíquico, pero tampoco pertenece del todo a la realidad exterior y, constituye el campo intermedio en el que se desarrollarán tanto el juego como otras experiencias culturales. A partir de esta formulación interpreta que debe existir un estadio transicional entre la vida en la realidad subjetiva tal como el bebé la vive y la aceptación de la realidad exterior. Introduce entonces el aludido concepto de fenómenos transicionales, que utiliza "para designar la zona intermedia de experiencia entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto, entre la creatividad primaria y la proyección de lo que se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda" (con el mundo exterior) "y el reconocimiento de ésta".
La manifestación observable de la emergencia de esta zona intermedia de experiencia es el uso del objeto transicional, que representa para el bebé una primera posesión del no-Yo. Efectivamente dicho objeto transicional no es el bebé, pero tampoco es concebido por éste como exterior a sí mismo. Posee características subjetivas a la vez que otras propias del mundo externo, representado esencialmente por la madre. Ejemplos de estos objetos pueden ser las mantitas, chupetes, pañuelos, etc., a los que el bebé se aferra en estos primeros meses, y que le proporcionan una defensa contra la ansiedad (especialmente la de tipo depresivo), siendo incluso a veces imprescindibles para poder conciliar el sueño. Aunque su variedad es infinita, dichos objetos comparten en general la característica de poder ser poseídos y manipulados por el bebé (que así adquiere derechos sobre ellos), pero a la vez presentan la condición de ser capaces de conservar el olor de la madre u otras de sus características particulares. De esta manera, representan el espacio que el bebé necesita para renunciar a la posesión omnipotente de su progenitora, conservando algo de la seguridad que ésta le proporciona. Como se ve, el objeto transicional puede ser concebido en este sentido como un precursor evolutivo de lo que luego se logrará por medio de las representaciones mentales. Pero para Winnicott, mucho más importante que el hecho de que el objeto transicional represente a la madre, resulta precisamente la circunstancia de no ser la madre. Esto indica que se ha aceptado algo como no-Yo, aunque este algo no sea tampoco del todo perteneciente a la realidad exterior objetiva.
Para que se produzca la continuidad de esta experiencia transicional, el objeto "seleccionado" debe cumplir una serie de características que Winnicott[4] resume como sigue:
• e1 bebé adquiere derechos sobre el objeto, y el mundo exterior los acepta. Sin embargo, esta adquisición representa al mismo tiempo una cierta renuncia a la omnipotencia simbiótica;
- el objeto es amado y acunado, pero también mutilado con excitación;
- se le atribuye cierta vitalidad, como si tuviera vida propia;
- nunca debe cambiar (por ejemplo ser lavado) a menos que el bebé lo haga;
- su catexia afectiva sufre una descarga gradual.
El objeto transicional representa el viaje del niño desde la subjetividad pura a la objetividad, desde la indiferenciación con la madre a la aceptación de ésta como objeto exterior, con el cual puede establecer una relación objetal. Hay que reconocer que este viaje en realidad no termina nunca. "La tarea de aceptación de la realidad nunca queda terminada”, dice Winnicott, De lo que antecede se desprende que para este autor los fenómenos transicionales no representan una etapa, ni se limitan al uso de un objeto en sí (como una interpretación demasiado estrecha de esta teoría ha popularizado), sino que constituyen una zona de experiencia que permanece toda la vida, y cuya ausencia puede conducir al extremo de una existencia puramente subjetiva (la locura), o absolutamente conformada a una supuesta realidad exterior objetiva que el individuo no contribuye a crear
Las actitudes que en este momento tiene el niño junto a los fenómenos y a los objetos transicionales, le sirven de nuevo entorno y de base para lograr paulatinamente su autonomía y autosuficiencia.
Para Winnicott[5] en el proceso de desarrollo, la actividad de jugar se describe en cuatro etapas:
El niño y el objeto están fusionados, el niño tiene una visión subjetiva del objeto.
El objeto es repudiado, reaceptado y percibido objetivamente. En esto la madre debe estar dispuesta a ofrecer lo que se le ofrece. La confianza de la madre genera un campo intermedio donde nace la idea de lo mágico y omnipotente.
El niño se encuentra solo en presencia de alguien. El niño juega suponiendo que una persona amada esta cerca y sigue estándolo en el recuerdo.
El niño permite una superposición de la zona de juegos.
El juego implica confianza y esta ubicado en la zona potencial entre el bebe y la madre, compromete al juego por que puede haber excitación corporal. El carácter excitante del juego no deriva del despertar de los instintos, sino de la precariedad de la acción reciproca entre lo que es subjetivo y lo percibido objetivamente.
De lo que Winnicott[6] observa en la relación primera madre-niño obtiene conclusiones para sus métodos de práctica psicoanalítica: por ejemplo el llamado setting (disposición) analítico y la relación soñar-soñado.
En el setting se busca que el paciente logre —tras una "regresión" momentánea a los cruciales años de su infancia— demostrar su "modo de soñarse".
En tanto que en el psicoanálisis se produce una momentánea regresión (para lograr una eficaz anámnesis), también —teoriza Winnicott— es menester tener en cuenta la noción de holding (tenencia, pertenencia, valores habidos) ya que la relación analista-paciente crea de un modo espontáneo (particularmente en el segundo) una fuerte relación emocional de dependencia. El buen analista debe ayudar al paciente a liberarse de la misma y la plena liberación de tal dependencia (que evoca a las dependencias que el sujeto ha tenido en su infancia) será un signo de la curación.
Podemos llevar adelante un contrapunto con lo planteado por Sigmund Freud quién en “Más allá del principio del placer”[7] va a plantear al juego luego de la observación de un niño de año y medio de edad como “una de las prácticas normales más tempranas del aparato anímico”
Él niño tenía una buena relación con sus padres, quienes elogiaban su juicioso carácter, no perturbaba por las noches a sus padres, obedecía a las prohibiciones de tocar determinados objetos y sobretodo no lloraba cuando su madre lo abandonaba por varias horas.
El niño mostraba la costumbre de arrojar lejos de sí a un rincón del cuarto aquellos pequeños objetos de los cuales podía apoderarse.
Mientras tiraba los objetos decía o-o-o-o que significa fort (fuera). Eso era un juego inventado por el niño y este utilizaba sus juguetes a estar afuera.
El niño tenía un carrete e madera atado a una cuerda pero sin embargo no lo arrojaba por el suelo, lo que significa jugar al coche, sino lo placentero del niño era arrojarlo con gran habilidad por encima de la baranda de su cuna haciendo desaparecer detrás de la misma. Decía o-o-o-o-o y tiraba luego de la cuerda hasta sacar el carrete e la cuna, saludando su reaparición con un aquí (da).
El juego significaba desaparición y reaparición en el cual el placer estaba situado en el segundo acto.
Lo que podemos llegar a ver en cuanto al cambio de lugar ya que pasa de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo, papel que trueca repitiendo el suceso a pesar de ser penoso para él como juego.
Asimismo, el juego tiene otra interpretación, ya que el objeto de modo que desapareciese o quedase afuera cuyo fin es a satisfacción de un reprimido impulso vengativo contra la madre por haberse separado del niño y significar el enojo del mismo: “te puedes ir no te necesito”.
Los niños repiten en sus juegos todo aquello que en la vida es causado una intensa impresión provocando un exutorio a la energía de la misma haciéndose dueño de la situación.
A su vez lo que se puede observar es que el juego tiene la marca de lo que prima es dicha edad: ser grandes y poder hacer lo que hacen los mayores.
Es aquí cuando Freud comienza a poner en duda que los procesos anímicos eran regulados automáticamente por el principio del placer, en el cual e curso tiene su origen en una tensión displaciente y emprende una dirección tal, cuyo resultado coincide con una minoría de dicha tensión y con un ahorro de displacer a una producción de placer.

Bibliografía
FREUD, S. “Más allá del principio del placer” Tomo III, Obras Completas, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2005.
RODULFO, R., “El niño y el significante”, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1989.
WINNICOTT, D.W. “Escritos de pediatría y psicoanálisis”, Editorial Paidos, Barcelona, 1957.
------------------ “Realidad y Juego”, Editorial Gedisa, Barcelona, 1971.
[1] RODULFO, R., “El niño y el significante”, pág. 159, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1989.
[2]WINNICOTT, D.W. “Realidad y Juego”, pág. 34, Editorial Gedisa, Barcelona, 1971.
[3] Op. cit, pág. 17.
[4] Op. cit. Pág. 22.
[5] Op. Cit. pág. 72.
[6] WINNICOTT, D.W. “Escritos de pediatría y psicoanalisis”, pág. 58, Editorial Paidos, Barcelona, 1957.

[7] FREUD, S. “Más allá del principio del placer”, Tomo III, Obras Completas, pág. 2511-2513, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2005.

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