lunes, 13 de octubre de 2008

:: Habitando el mundo con nuestros munditos


ELISA BELLEZZE
El discurso de lo normal y lo patológico nos atraviesa. ¿Con qué tiene que ver esto? Despejaremos algunas cuestiones. Diremos, en principio, que los conceptos de normal y patológico están ligados íntimamente a la actividad del médico; luego veremos qué dice sobre esto el psicoanálisis.
“Lo normal no surge de ninguna aprehensión del término medio o equilibrio concebido en el organismo. Lo normal surge como un término equívoco y como concepto sólo remite a un estatuto valorativo desprendido de toda referencia biológica.” Al mismo tiempo en que se afirma como un valor, su contratara, lo anormal, es rechazada como disvalor. De esta manera lo normal contiene un fuerte peso prescriptivo, el “deber ser”.
“El concepto de normalidad es una invención de la Modernidad, que se instaura como una categoría que rige la mirada de médicos, educadores y criminólogos a partir del siglo XIX. Pero es una categoría que se construye desde su negación, porque lo que su origen sintetiza no es la normalidad, sino la anormalidad, que confirma la propia pertenencia a lo Uno, a lo Mismo.
Una categoría inventada para confirmar lo propio e instalar el control, expulsar, aniquilar, corregir, censurar, moralizar, domesticar todo lo que exceda sus propios límites, todo lo Otro.”
Esta categoría se convierte en la medida del mundo, es clasificatoria y productiva; productora de subjetividades, de cuerpos. La normalidad, pensada desde criterios estadísticos y en relación al concepto de Hombre Medio, es tomada como “lo dado”, la ley natural. Sin embargo, y por eso mismo, de los normales es de quienes no se habla, lo realmente prohibido es hablar de la norma, no de su trasgresión. Llegamos a un punto en que lo normal se desdibuja (“cada persona sana es un enfermo que se ignora”). O bien, “Lo normal es lo que se puede dar por supuesto, por obvio, por conocido por todos, y por lo tanto, naturalizado. Por ello lo normal no produce ninguna interpelación, no perturba, no inquieta, y como su contracara, lo anormal interpela, perturba, inquieta produce temores, desequilibrio, incertidumbre. La transgresión, la desviación, la anormalidad son y han sido objetos de medición, de establecimiento de límites, de control, de corrección, de expulsión, de aislamiento. (…)
Identificar, clasificar, encontrar el margen, dividir, separar, nombrar, diagnosticar, predecir, pronosticar, prescribir tratamiento; todas operaciones que se realizan sustentadas en la asimetría de poder existente entre un sujeto clasificador y un objeto sometido a clasificación, se encarnan respectivamente en los profesionales, los expertos, y el discapacitado, el paciente, y en ocasiones, su familia. (…) El sujeto ya no es tal, sino sólo un objeto, perderá su nombre, pasará a ser llamado por su déficit (…)” Práctica desubjetivante, que suprimió al enfermo para ser objetiva con la enfermedad, y amenaza con arrasar con la persona del médico, remplazándolo por el aparato técnico de diagnóstico, en su afán de cientificidad.
¿Qué provoca el hecho de pronunciar un diagnóstico creyendo que se nombra a una persona? Aquí el límite entre la subjetivación y la objetalización propias del lenguaje. La ilusión de sutura de los fenómenos provoca un arrasamiento subjetivo que implica, al menos, alienación a una palabra.
Aquella fuerza de normalización se sostiene a través de dos estrategias. Por un lado, la constitución del concepto de “lo anormal”, esencial, en una lógica de opuestos, para que la normalidad se afirme; par inseparable. Sin embargo, funcionan con leyes diferentes, por lo cual el anormal es menos desviado que diferente. ¿Cómo nos la vemos con lo diferente?
Por otro lado, la medicalización de la sociedad.
Vivimos en una época donde parece existir una pastilla para cada padecimiento. Probablemente conozcamos a alguien, o estemos nosotros mismos, en relación a analgésicos, descongestivos, antihistamínicos, pastillas para controlar la presión arterial, para algún problema cardíaco, antibióticos, pastillas anticonceptivas, pastillas para la acidez estomacal, pastillas para conciliar el sueño, pastillas para controlar el nivel de ansiedad, etc.
Sin embargo, y no hace falta realizar un estudio profundo para percatarse, vivimos la cotidianeidad con un grado de estrés, disconformidad, mal humor y malestar que parece ir en aumento proporcionalmente a la sensación de que el tiempo se acelera. Efectos de la exacerbación del sistema capitalista globalizado que nos empuja al cemento, en que predomina la ley de la selva.
Ahora bien, la llamada medicalización de la vida cotidiana no surge de un día para el otro, sino que tiene que ver con un trayecto donde la medicina, mejor dicho, el Modelo Médico, se impone. “El uso corriente del término “medicalización” denota la influencia de la medicina en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, y connota una apreciación crítica por los efectos negativos, paradojales o indeseables, de tal fenómeno. En realidad, la medicina siempre ha ejercido un poder normalizador o de control social -básicamente por los conceptos de salud y enfermedad, normal y patológico- estableciendo un orden normativo rival de la religión y el derecho, que ha venido incrementándose desde la modernidad con la conquista de un auténtico estatuto científico, profesional y político. Pero otra historia comienza con el modelo sanitario dominante tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la medicalización deviene el equivalente de una “cultura de la salud = bienestar”, claramente visible en la sociedad posmoderna.”
Como dice Galende, la medicalización de la sociedad es el síntoma del avance de la medicina científica y el nuevo tipo de subjetividad fragmentada que produce. Expresión de su poder que instaura una supuesta relación proporcional entre consumo y producción de salud, propone los conceptos médicos como criterios de moralidad (en cuanto a la conducta responsable y el estilo de vida) y expropia el cuerpo. Así, la institución médica con su función normativa y normalizadora dice qué cosa está bien y qué cosa está mal en términos de salud y enfermedad, normal y patológico. Esto también se sostiene a partir de la referida asimetría de poder del médico respecto al enfermo.
La medicalización no solo se relaciona con clasificar lo desviado, lo enfermo, y luego corregirlo, medicarlo, “enpastillarlo”; sino, que más profundamente se medicaliza la vida a través del lenguaje y la manera en que éste organiza la experiencia y construye el mundo. Aparecen las metáforas médicas y entre ellas, configurando el paradigma médico-político, la de sociedad como cuerpo enfermo. Si, viendo la situación caótica de la sociedad, pensamos por un momento “está enferma”, esto implica que podríamos diagnosticarla y luego tratarla. “El argumento paradigmático del código político medicalizado (o del código médico politizado) presenta la forma siguiente: El país (la sociedad) está enfermo (o enferma). El diagnóstico (el juicio político) es tal enfermedad. El tratamiento (la receta) consiste en estas medidas. (…) Hay paralelismo entre el gobierno o régimen del cuerpo y de la sociedad, de modo que en la modernidad se realiza una somatocracia en la que coinciden el orden médico y el político, la medicina como política y la política como medicina. Todos somos pacientes de la política, en tanto que ésta nos prescribe o normatiza, pero, como afirmaba Nietzsche, no hay salud como tal, salud normal, sino salud de cada uno.”
Esto último coincide con la postura psicoanalítica, donde la terapia es caso por caso y la pregunta es por el sufrimiento y el bienestar posible del sujeto en una época y una cultura determinada. De cada uno de los sujetos. El psicoanálisis acentúa la brecha que se abre entre lo patológico y lo natural, que es la psiquis.
Entonces, ¿Qué hacer con aquellas condiciones de discurso (normal-patológico) que producen posiciones subjetivas? Desnaturalizar la norma y su carácter de exclusión es una operación clave, donde entra en juego nuestra capacidad reflexiva y de crítica. Reflexión a nivel colectivo; clínica, reflexión sobre la práctica; y sobre sus dichos el analizante.
Desde el psicoanálisis podemos decir que las normas sociales preexistentes al individuo son necesarias para la vida en sociedad. Sin embargo estas leyes y normas pueden generar más o menos malestar. No debemos olvidar que Freud, en “El malestar en la cultura” se refiere a la sociedad del 1900, donde está inmerso. Apuesto a la posibilidad de pensarnos configurando otros modos de relación, de lazo, sin desconocer el lado lobo del ser humano. No olvidemos tampoco que el mismo Freud consideraba al psicoanálisis como una fuerza de cambio en la sociedad. Con Freud afirmamos el malestar en la cultura y a la vez cuestionamos el malestar hecho cultura.
El psicoanálisis no promete la felicidad, ni el sin contradicción o conflicto. La pretención analítica no está relacionada a una clasificación de la patología psíquica; tampoco con la sobre-medicación que implique un acallamiento subjetivo. El diagnóstico diferencial se realiza en transferencia y no nombra subjetividades. La escucha analítica escucha (ya volveré sobre esto). Se supone allí un sujeto, no una esfera, sino escindido. Sujeto del inconciente, diferente al sujeto cartesiano, de la conciencia, que constituye una unidad; concepto que proviene de la filosofía y sostiene al cristianismo. Si en la lógica de lo normal y lo patológico hablamos de lo Mismo y lo Otro. Aquí diremos que lo Mismo es en sí diverso; en lo mismo está lo otro.
En psicoanálisis se habla de diferentes maneras de habitar el mundo. De negociaciones, con suerte, con aquel malestar en la cultura. Se abre la oreja a la capacidad de sorpresa y de cambio. Lo inesperado, lo inesperable.
Palabras, palabras y más palabras. Ojo, las palabras son cuerpo y los cuerpos también palabras. Es curioso, casi paradójico, que sin tener una lectura del ser humano como entidad yoica sin más, como una especie de completud, el psicoanálisis tampoco sostiene la dualidad cuerpo/alma. En este sentido, hablar de psicosomático es redundante. Decir “entrelazamiento” tampoco corresponde; sujeto y cuerpo no son escindibles. Tampoco existe LA subjetividad. Sino incontables, infinitas, inefables subjetividades.
¿Cómo el discurso normativizante habita las instituciones de Salud Mental? Nuestro punto de vista varía mucho según nos posicionemos con respecto a la persona que se acerca: “Vamos a curarlo”; “Vamos a encerrarlo” o “Vamos a soportarlo”. Esto último creando un espacio donde pueda existir como singularidad.
En aquella lógica dicotómica siempre “el loco” es el otro. Esto tiene que ver con un proceso de constitución psíquica. Necesitamos diferenciarnos del otro para poder existir. Lo que no significa que tengamos que constituirlo como un otro enemigo, amenazador o a corregir. Aún cuando, hoy, se nos aparece el otro como un competidor, en una especie de paranoia generalizada. ¿Cómo escuchar al otro? ¿Cómo, más allá de tomar posiciones personales, seguir dispuesto a sostener la diferencia, sin tratar de desconocerla? Construir junto a otros el espacio soporte de la subjetividad.
Y más allá de lo cotidiano, pero justamente porque allí se ancla, el discurso del psicoanálisis tiene que ver con esto. Con: “el psicoanálisis escucha” me refería a esto, la escucha de que algo se nos escapa después de hacer fugaces apariciones. Esto en el plano de la clínica. Y ampliando el panorama tendrá que ver con la apropiación de la palabra, donde vemos diferentes dialectos de cada grupo, que nos muestran el uso subjetivante del lenguaje, que hace lazo.

¿Cómo sabes que veo como tú el color rojo?
Ir caminando por la calle, levantar la vista, mirar cada una de las incontables ventanas de los edificios y pensar en cada una de las personas que ahí viven, conviven, transcurren. Pensar que cada una de ellas tiene una historia diferente, un cuerpo diferente, es maravilloso y escalofriante. Únicos en el mundo, es cargar con la profunda soledad para siempre. ¿Pero, por qué salen de nuestros orificios bucales esas formas extrañas que llamamos palabras? ¿Por qué el dirigirse a otros y desconocer el abismo? Comenzar a girar sobre el abismo, comenzar a hablar en torno al abismo.

Bibliografía

o Colovini, Marité. “Lo normal y lo patológico.” Notas y apuntes de clase. En http://clínicayactualidad.blogspot.com Abril 2008.
o Freud, Sigmund “El malestar en la cultura.” Ed. Amorrortu. Bs. As. 2004
o Galende, Emiliano “Psicoanálisis y Salud Mental.” Ed. Paidós Bs As1990
o Mainetti, José Alberto. “La medicalización de la vida y el lenguaje.” En http://hipócratesyfreud.blogspot.com Abril 2008.

1 comentario:

Alicia Yaz dijo...

Excelente planteo de un paisaje de la realidad cotidiana en la clínica terapéutica...
Incontables, infinitas, inefables subjetividades...
...Y las palabras son cuerpos y los cuerpos palabras...
Lo Mismo es en sí diverso...en lo Mismo está lo Otro...

Lic.Alicia Silvia Yazyi
Bahía Blanca