domingo, 12 de octubre de 2008

:: El deseo del analista en la dirección de la cura

JULIA NEMICHENITZER
“No diré que todavía no he nombrado el deseo del analista pues ¿cómo nombrar un deseo? Un deseo uno lo va cercando. Para esto la historia nos procura pistas y huellas”.[1]

Es por todos sabido que el deseo del analista es un concepto fundamental en la enseñanza de Lacan, central a la hora de abordar lo atinente a la dirección de la cura. Sin embargo, como sucede con gran parte de esta teoría, no es una noción fácil de aprehender. Es por este motivo que se intentará dar cuenta de la misma a partir de la introducción de los conceptos que con ella se relacionan y que, por ende, dicen algo de aquella.
Lacan, en el Seminario XI, como su nombre lo indica, trata los conceptos fundamentales del psicoanálisis: el inconsciente, la repetición, la transferencia y la pulsión. Cuando hace su desarrollo del concepto de transferencia, la denomina como la puesta en acto de la realidad del inconsciente, y precisa que con el análisis, debe revelarse “lo tocante a ese punto nodal por el cual la pulsación del inconsciente está vinculada con la realidad sexual. Este punto nodal se llama deseo...”[2] , que, como Lacan enseña, está en estricta dependencia de la demanda. Es ese resto metonímico, insatisfecho, que inexorablemente existe como tal, dada la subordinación del sujeto a los significantes del Otro. El deseo está en el sujeto por esa condición que le es impuesta por la existencia del discurso de hacer pasar su necesidad por los desfiladeros del significante.
De esta manera, habiendo descrito a la transferencia y al deseo como se ha hecho, es claro, que todo el peso de la realidad sexual se inscribe en la transferencia. Siguiendo con este razonamiento, Lacan retoma el caso de Ana O, gracias al cual, dice que la transferencia se descubrió. En aquel caso, la sexualidad entró por más que Breuer no haya querido saber nada de ella. No es sin motivo que, luego de que Breuer, ante el un reclamo de su mujer haya decidido terminar el tratamiento, Ana haya tenido un embarazo “que se califica de nervioso”. Lo que dice Lacan en este punto es que es posible considerar este embarazo, según su fórmula el deseo del hombre es el deseo del otro, como el deseo de Breuer, ya que él, luego de abandonar el análisis de Bertha, viaja con su mujer y ella queda embarazada.
De todos modos, Freud en ese momento desculpabiliza a Breuer diciéndole que la transferencia es la espontaneidad del inconsciente de Ana, es el deseo de ella y no el de él. Según Lacan, esa actitud de Freud lo llevó a no poder captar la transferencia como realmente se estaba presentando. Es interesante el planteo que Moustapha Safouan hace en su libro “Lacaniana” respecto de este punto. Dice que Lacan no titubea en designar, al deseo por el cual se presentifica en la cura la incidencia sexual, como siendo el deseo del analista. Dice en una nota al pie: “Ciertamente, el deseo de Breuer no puede tomarse como modelo de lo que Lacan designa como deseo del analista. En el caso de Breuer, el deseo del terapeuta habría superado insidiosamente al deseo del analista. Freud señala que Breuer siempre había mostrado resistencia a reconocer lo sexual de la histeria” [3], Esta aclaración permite hacer un acercamiento a lo que implica el deseo del analista. Queda claro que es un deseo que se separa y se distingue del deseo del sujeto que cumple la función de analista, no se confunde con aquel. Asimismo, se puede decir que, cuando el deseo del analista no funciona como motor de la cura, ésta no se desarrolla como lo plantea un análisis, ya que, como se ve en el caso de de Breuer con Ana O., éste no tuvo buen término.
En el escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Lacan afirma que en el análisis efectivamente existe una estrategia, pero que no se debe creer que esta consiste en la metáfora del espejo, superficie lisa que se le presenta al paciente. “Rostro cerrado y labios cosidos, no tienen aquí la misma finalidad que en el bridge. Más bien con esto el analista se adjudica la ayuda de lo que en ese juego se llama el muerto, pero es para hacer surgir al cuarto que va a ser aquí la pareja del analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, (...), en hacerle adivinar a la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación, que impone al analista la prenda de la partida en el análisis.”[4] En el curso del tratamiento, la tarea del analista consiste en hacer imposible que el analizante esté seguro de saber qué es lo que el analista quiere de él: el analista debe asegurarse que su deseo “siga siendo una x para el analizante”[5]. De este modo, el deseo que se le supone al analista se convierte en la fuerza impulsora del proceso analítico, puesto que mantiene al analizante trabajando, tratando de descubrir qué es lo que el analista quiere de él y de lo cual nada le dice. El analizante supone un deseo en el analista pero lo desconoce, y dado que todo deseo es deseo de deseo, es de esta manera como el analista se coloca en el lugar de objeto a, objeto causa de deseo.
De esta manera, el deseo del analista se presenta como motor de la cura, ya que, sería imposible que el analizante haga producciones en su análisis si no fuera impulsado por su deseo, que, en el dispositivo analítico, está causado por aquel. De todos modos, es imposible no reasaltar que todo lo dicho acerca del deseo del analista hace a la ética del psicoanálisis. No es la meta del análisis, que el analizante se identifique con el analista como lo sostienen muchos analistas con los que Lacan confronta explícitamente: “Todo análisis cuya doctrina es terminar en la identificación con el analista revela que su verdadero motor está elidido. Hay un más allá de esta identificación, y está definido por la relación y la distancia existente entre el objeto a minúscula y la I mayúscula idealizante de la identificación.”[6] El analista no busca esa identificación, sino que en la cura emerja la verdad propia y singular del analizante, una verdad que no es la del analista. Si el analista se presenta con todas sus insignias, con sus significantes e ideales, llevará necesariamente a la identificación del paciente con él. Si el analista está en el dispositivo como sujeto que responde a ideales y mandatos, será con aquellos con los que el paciente se identifique, en lugar de comprometerse con su propio deseo. Es el deseo del analista el que posibilita que en el análisis no se tenga por meta la identificación, ya que, siguiendo a Lacan, no se trata de la asunción por un sujeto de las insignias del otro, sino “de esa condición que tiene el sujeto de encontrar la estructura constituyente de su deseo en la misma hiancia abierta por el efecto de los significantes en aquellos que para él viene a representar al otro, en cuanto que su demanda está sujeta a ellos.”[7]
Es pertinente introducir aquí una breve referencia a la teorización de Lacan en el Seminario XI respecto de la alienación y la separación, ya que de este modo se puede dar cuenta de lo que se entiende por interpretación, elemento fundamental en la dirección de la cura. La alienación, no significa la dependencia del sujeto al Otro, sino la condición que resulta para el sujeto de su relación con el significante, que consiste en una elección forzada entre el ser y el sentido a favor del sentido. El sujeto no emerge como sentido sino al precio del borramiento de su ser: afanisis. “Si escogemos el ser, el sujeto desaparece, se nos escapa, cae en el sin-sentido; si escogemos el sentido, éste sólo subsiste cercenado de esa posición de sin-sentido que (...) constituye, en la realización del sujeto, el inconsciente.”[8] Siguiendo con el razonamiento, Lacan dice que la propia función significante es la que hace que este sentido sea eclipsado en gran parte de su campo, por la desaparición del ser. A partir de estos conceptos, puede decirse que el objetivo de la interpretación no es tanto el sentido, sino la de la reducción de los significantes a su sin-sentido para así, encontrar qué es lo que está detrás de la conducta del sujeto. Porque precisamente en ese parte del sin-sentido cercenada por el sentido, se encuentra lo más propio del sujeto, se encuentra el sujeto en suspenso en el inconsciente.
Lacan localiza el mecanismo original de la alienación en ese primer apareamiento significante por el cual el sujeto aparece primero en el Otro, en la medida que el primer significante surge en su campo y representa al sujeto para otro significante, aquel cuyo efecto es la afanisis del sujeto. Es por eso que el sujeto se encuentra dividido, en una parte está como sentido, y en otra se manifiesta como desaparición. Es por el mecanismo de separación que el sujeto encuentra el camino de regreso de la alienación. Es esta operación la que le permite encontrar el punto débil de aquella primitiva articulación significante. “En el intervalo entre estos dos significantes se aloja el deseo que se ofrece a la localización del sujeto en la experiencia del discurso del Otro, del primer Otro con que tiene que vérselas...”[9] Así, el sujeto vuelve al punto inicial, al de la falta como tal, en la medida en que aparece algo del enigma del deseo a partir del cual está estructurado el suyo.
Respecto de la interpretación, Lacan afirma que ella no está abierta en todos los sentidos, no es una significación cualquiera. Lo que es esencial para el advenimiento del sujeto no es que aquella únicamente se le presente al sujeto, sino que él vea más allá de esa significación, a qué significante está sujeto como sujeto. La interpretación invierte la relación entre el significante y el significado: en lugar de la producción normal de sentido, la interpretación opera en el nivel de s para generar S. Estas conceptualizaciones son ineludibles para dar cuenta de cuál es la dirección de la cura, ya que el valor de la interpretación no reside en su correspondencia con la realidad, sino en su poder para producir ciertos efectos. La meta del análisis no tiene que ver con readaptar al sujeto a la realidad que lo hace sufrir mediante la modificación de su conducta, sino por el contrario, conocer qué es aquello desconocido por él que lo determina, para de esta manera, saber algo de su deseo y actuar en la realidad conforme con aquél. El análisis no busca la desaparición de un síntoma sin más, sino que es una búsqueda de la verdad propia de cada sujeto.
Otro concepto central a introducir para seguir rodeando del deseo del analista, es el de Sujeto supuesto Saber, función que el analista encarna en la cura, necesaria para que se establezca la transferencia. El analizante supone un saber en el analista, supone que él sabe acerca de lo que él desconoce de su propio sufrimiento. Lacan pone énfasis en aclarar que ningún analista debe pretender representar el saber absoluto, debe comprender que no ocupa más que la posición de alguien en quien el analizante supone un saber, del cual él realmente no sabe nada. Pero el analista no ocupa este lugar desde el comienzo del tratamiento, el analizante no se lo concede fácilmente. El motivo de aquello, es que el sujeto teme que el analista se engañe con algo de lo que él diga. Guarda determinada información por temor a que el analista haga falsas conclusiones a partir de aquella. Pero una vez que supone que el analista sabe, supone también que irá al encuentro del deseo inconsciente. “Por eso digo (...) que el deseo es el eje, el pivote, el mango, el matillo, gracias al cual se aplica el elemento- fuerza, la inercia, que hay tras lo que se formula primero, en el discurso del paciente, como demanda, o sea, la transferencia. El eje, el punto común de esta hacha de doble filo, es el deseo del analista, que designo aquí como función esencial.”[10] En el mismo razonamiento, Lacan dice que es ese deseo, el del analista, el punto que sólo es articulable por la relación del deseo con el deseo. Relación que es interna, dado que el deseo del hombre es el deseo del Otro. Si el sujeto sólo puede reconocer su deseo al nivel del deseo del Otro, es fundamental que el analista se presente como deseante, ya que el deseo del sujeto se constituye cuando ve el juego de una cadena significante al nivel del deseo del Otro. En la “Proposición del 9 de Octubre de 1967”, Lacan dice: “El analista no posee otro recurso que el de colocarse en el nivel del s de la pura significación de saber, o sea del sujeto que todavía sólo es determinable por un deslizamiento que es el deseo, de hacerse deseo del Otro, en la pura forma que se aísla como deseo de saber.” [11]
Volviendo a lo que se ha dicho, la transferencia sólo puede pensarse a partir del sujeto al que se le supone saber, se le supone saber por el mero hecho de ser sujeto de deseo. Pero lo que ocurre como efecto de la transferencia es el amor, y como tal, dado el carácter narcisístico de aquél, el querer ser amado. Aquí, dice Lacan, el amor interviene en su función del engaño. Es la faz de la resistencia de la transferencia. El analizante, en tanto está sujeto al deseo del analista, desea engañarlo acerca de esa sujeción haciéndose amar por él. Es por ello que Lacan afirma que detrás del amor de transferencia está la afirmación del vínculo del deseo del analista con el deseo del paciente. Planteados de esta manera, es posible ver la imbricación que existe entre el Sujeto supuesto Saber, el deseo del analista y la transferencia. Se presentan como elementos inherentes al dispositivo analítico cuyo trabajo es necesariamente en conjunto, así como aquello en torno a lo cual gira la dirección de la cura y por ende, la posibilidad o no que el analizante conozca algo de aquel saber desconocido por él que lo habita y determina.
Retomando lo dicho anteriormente acerca de la importancia del deseo del analista como aquello que hace movilizar el deseo del analizante, cabe aclarar que en el primer tiempo de la transferencia, el centro de la relación del sujeto con su analista es el ideal del yo, ya que desde ahí se sentirá tan satisfecho como amado. El analizante demanda a su analista que lo ame, y demanda en tanto le supone un saber. Pero esta posición inicial requiere de una rectificación, ya que es necesaria para el comienzo de las consultas, pero no puede funcionar como motor del análisis. El analista debe abandonar esa posición de I, para servir de soporte al objeto a separador.
En el seminario XI, Lacan define al objeto a como algo de lo cual el sujeto debe separarse para constituirse. Vale como símbolo de la falta, del falo, no en tanto tal, sino en tanto hace falta. “El sujeto, por la función del objeto a, se separa, deja de estar ligado a la vacilación del ser, al sentido que constituye lo esencial de la alienación”[12] Este objeto, dice Lacan, se distingue por un status especial.
Para superar la fase inicial del análisis, aquella en que el analista está en el lugar de I, debe producirse un viraje. El analizante debe decirle a su analista “- Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a minúscula, te mutilo.”[13] Es esto lo que debe aparecer como producto del análisis, y no la identificación con el analista, todo el análisis gira en torno a ello. Lacan afirma que el movimiento fundamental de la operación analítica es el mantenimiento de la distancia entre I y a; y en ese sentido el análisis se diferencia de la hipnosis, en tanto aquella se basa en la superposición en un mismo lugar del objeto a y del punto de referencia significante ideal del yo. Finalizando con este razonamiento Lacan dice: “...diré –si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión. Y, por esta vía, aísla el objeto a, lo sitúa a la mayor distancia posible del I, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar. El analista debe abandonar esa posición para servir de soporte al objeto a separador, en la medida en que su deseo le permite mediante una hipnosis a la inversa, encarnar al hipnotizado.”[14] En líneas generales, puede decirse, en líneas generales, que lo que Lacan expresa en este párrafo es que, la función del analista, posibilitada por su deseo, debe ser ir más allá de la identificación y, logrando colocarse como soporte del objeto a, hacer que el analizante se reencuentre con la pulsión, plano en el que puede presentificarse la realidad del inconsciente. Si la transferencia tiende a una demanda de identificación, el deseo del analista hace que aquella se reconduzca a la pulsión, separando de esta manera I de a.
Llegado a este punto, puede confirmarse lo que afirma Lacan, el deseo del analista no puede nombrarse si no es por sus huellas. Puede decirse que su lugar en la dirección de la cura es central, en la medida en que es lo que hace posible que el paciente se ponga a trabajar gracias a su deseo, para así saber algo de aquella verdad que lo habita. Como se vio, el deseo del analista es también fundamental para la instauración del Sujeto supuesto Saber y por ende también de la existencia de la transferencia, ambos elementos fundamentales para el trabajo de análisis. Finalmente, se ha dicho respecto de la meta de un análisis, cuán lejos se encuentra de la identificación con el supuesto yo fuerte de analista, lo que implicaría a su vez, una readaptación del sujeto a la realidad. Una vez más se coloca como elemento esencial para aquello el deseo del analista, en la medida en que es por lo cual, el analista puede caer del lugar de I, para hacerse soporte del objeto a y de esta manera, liquidar el engaño de la transferencia, que, como dice Lacan, es aquello que, bajo su matiz de resistencia, cierra el acceso al inconsciente.
Como se ha visto hasta aquí, el deseo del analista es un concepto que abarca la totalidad de la problemática de la dirección de la cura, ya que, si aquel no operase, tampoco es posible que lo hagan los demás elementos esenciales para un análisis. De esta manera, puede decirse que al hablar de la dirección de la cura desde el psicoanálisis lacaniano, necesariamente se está nombrando al deseo del analista, en la medida en que no se puede decir nada de aquella si no es incluyendo tal deseo como punto central de la misma.

Bibliografía:


· Eidelsztein, A; “La topología en la clínica psicoanalítica”; Editorial Letra Viva; Buenos Aires; 2006.
· Evans, D; “Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano”; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2005.
Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001.
Lacan, J; “La dirección de la cura y los principios de su poder.”; Editorial Siglo XXI; Buenos Aires; 2003.
Lacan, J; “Proposición del 9 de Octubre de 1967”; www.eol.org.ar/default.asp?elpase/articulos/arts/lacan_proposicion.htm
· Lacan, J; Seminario VII “La ética del psicoanálisis”; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2007.
· Safouan; M; “Lacaniana. Los seminarios de Jaques Lacan. 1964-1979.”; Editorial Paidós; Buenos Aires 2008.

[1] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; pág. 262; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001
[2] Ibídem, pág. 160.
[3] Safouan; M; “Lacaniana. Los seminarios de Jaques Lacan. 1964-1979.”; pág. 48; Editorial Paidós; Buenos Aires 2008.
[4] Ibídem; pág. 569.
[5] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; pág. 282; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001
6 Ibídem; pág. 279.
7Ibídem; pág. 608.

[8] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; pág. 219; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001.
[9] Ibídem; pág. 227.
[10] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; pág. 243; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001.
[11] Lacan, J; “Proposición del 9 de Octubre de 1967”; www.eol.org.ar/default.asp?elpase/articulos/arts/lacan_proposicion.html
[12] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”; pág. 265; Editorial Paidós; Buenos Aires; 2001
[13] Ibídem; pág. 276.
[14] Ibídem; pág. 281.

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