lunes, 13 de octubre de 2008

:: Las modalidades de los límites


LUCRECIA ZAMBONI

Acerca de este trabajo y de la experiencia de cartel

Este trabajo se presenta ante mí como un desafío, como una cosa extraña y externa, que no tiene forma definida ni definitiva, de la cual soy parte, aunque no sé muy bien de que manera. Es fruto del trabajo de un año complejo, complicado. Un cartel es un dispositivo que no creo haber investigado a fondo. Se articuló de una manera también extraña y exterior, tanto individual como colectivamente. Se hizo un recorrido breve, tal vez profundo en el sentido de que ha tocado nuestras inquietudes más auténticas, pero acotado. Más que despertar interrogantes ha sido el lugar para compartir aquellos que ya traíamos, para confirmar nuestras mismas dudas de siempre. También los tiempos institucionales reclaman un tiempo acotado y tengo la sensación de que todo ha quedado incompleto. La necesidad de contar acerca de esta experiencia está en relación directa con el contenido de este trabajo, de este desafío, respondiendo al cual intentaré realizar este pequeño recorrido, en el que no reconozco más que una efímera huella.

nombres
Hay tantos (títulos) posibles...

Cuando empezamos, el título de nuestro cartel hubiese sido algo así como "El discurso manicomial en las calles". La pregunta rondaba acerca de la figura del "loco", acerca del entramado social que lo sostenía. Después pensamos en lo normal y lo patológico: ¿cómo podíamos pensar esta cuestión desde el psicoanálisis? Volvemos: ¿cómo el psicoanálisis habita en las instituciones psiquiátricas? Apareció la intervención como práctica política. ¿Qué pasa con la salud mental? ¿Qué pasa con la salud pública?
El problema de la clasificación. ¿Qué hacemos para no clasificar? NO hay sin reglas. Toda regulación es colectiva. ¿Cómo las reglas pueden ser normativizantes, normativas? ¿Qué grado de malestar nos hacen soportar? Si hay un malestar inherente, ¿por qué el sufrimiento está del lado de lo patológico? La estigmatización de la enfermedad mental y la naturalización de la enfermedad orgánica. El diagnóstico no necesariamente es la clasificación. Concepción de salud: cada uno se autoriza. La importancia del lugar del enfermo en la enfermedad. ¿Cuál es el bienestar posible? Amar y trabajar, para Freud.
Definitivamente, la pregunta por los límites se nos hizo carne: ¿hasta dónde soporta el cuerpo? Esto nos llevó de nuevo al tema de las instituciones. Existen modos de sufrimiento que necesitan de un marco institucional. También la institución construye sufrimiento. Dejemos de lado las dicotomías, pensemos: ¿qué es lo permitido/prohibido para una sociedad? Legalidad social, ¿hasta dónde se negocia? Que no haya nada natural es tocar el punto de mayor angustia.

Lo normal y lo patológico de las instituciones
El discurso de la institución en las dimensiones de lo normal y lo patológico
Lo normal y lo patológico en las instituciones
La especificidad del psicoanálisis en lo normal y lo patológico


La necesidad de nombrar

En el origen está la necesidad de nombrar, de poner nombres a las cosas, al material con el que trabajamos, en tanto lo real que portan está perdido. No hay ni siquiera cosas en el mundo, la palabra misma: cosa, ha sido creada por los hombres. De manera tal que el hecho de que las cosas lleven un nombre, que podamos nombrarlas para identificarlas como tales es producto de la necesidad a la que nos obliga el trabajo que hacemos con esas cosas. Ni siquiera aunque trabajásemos con el organismo, con lo orgánico -podríamos decir, lo único natural-, ni siquiera así podríamos decir que ese material sea objetivo, sea realmente natural, en tanto está atravesado por nuestro trabajo humano que muestra esa distancia entre las palabras y las cosas.
Entonces, no podemos prescindir de los nombres, no podemos prescindir del mundo de la representación: hay, según Marité Colovini, una producción ritual de las representaciones simbólicas gracias a las cuales los sujetos somos identificados e identificables en una cultura. Ahora bien, de la necesidad de nombrar hemos hecho un problema, puesto que la clasificación ha estatuído a la norma como parámetro de medición universal y objetivo. De ahí que aparezca la infracción, la desviación respecto de esa norma y que hayamos construido una nosografía de las cosas, para que puedan ser no sólo identificadas e identificables, sino además encuadradas, encasilladas, ordenadas, etiquetadas. El problema de la clasificación -siempre escuché que discriminar no es lo mismo que segregar- es que se le ha pedido a esos nombres que además contengan un contenido determinado. Cada cosa en su lugar, pero también, con la pretensión de que cada cosa se comporte de manera prevista según ese lugar, de una manera repetitiva y pre-establecida. Esta clasificación sobre las cosas puede pensarse a su vez sobre las personas. Se establecieron sus comportamientos, sus personalidades, sus formas de vivir y de resolver los problemas de sus mundos. Todo podría ser escrito con precisión en una grilla. Como efecto de esta clasificación, las personas lo creyeron y comenzaron a comportarse de manera tal que siguieron los patrones de lo que estaba previsto para cada uno. La normativización se internalizó, el control se hizo invisible. Pero siempre hace ruido dentro de cada quien, aquello que se corre del casillero, aquello que es auténticamente propio y que no se adecúa al requisito según programa. Eso que hace ruido se llama deseo.
La responsabilidad subjetiva habla de la implicación con el deseo. Somos absolutamente responsables por quedarnos en el lugar que nos tocó. No elegimos el lugar, pero elegimos quedarnos o corrernos. Hablar de responsabilidad apunta a una línea de respuesta: alguien ha hecho una elección. La elección no es consciente, claro, no es una cuestión de voluntad. Y por eso es mucho menos indulgente. La legalidad inconsciente nos demostró que también somos allí donde no sabemos que somos y que las elecciones comandadas por el deseo tal vez sean las menos visibles, pero siempre las más eficaces.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, no hay otro más que el paciente para decir lo que le pasa a sí mismo, puesto que el analista no aporta sentido, sino que prepara el terreno para que el sentido emergente del propio analizante sea lo suficientemente flexible como para modificarse. Canguilhem retoma esto mismo en función de quien padece una enfermedad orgánica, porque sostiene que, si bien el enfermo no se conoce tanto a sí mismo -tal vez porque no sabe qué hacer con eso que le pasa o porque no sabe exactamente qué le pasa-; sobre eso que le pasa, él es el único autorizado a decir que le pasa. El enfermo no conoce el lenguaje de la ciencia y por eso mismo deposita su confianza en el saber del médico para que éste pueda amenguar el dolor, para que pueda aliviar el sufrimiento. El punto de vista del enfermo es, en el fondo, el verdadero.

"... la patología tiene derecho a sospechar de y a rectificar la opinión del enfermo que cree saber también, por el hecho de que se siente distinto, en qué y cómo él es distinto. Porque el enfermo se engaña manifiestamente acerca de este segundo punto, no puede concluirse que también se engaña acerca del primero".


La cuestión de los límites

Lo normal como categoría de señalamiento se constituye así como regla normativa. Expresa los requisitos para estar dentro y los requisitos para estar fuera. Manifiesta lo esperado en función de un ideal que, de ser completado, implicaría los mayores beneficios para quien lo consiga. En verdad, según la tesis de Canguilhem, la enfermedad no es la extensión cuantitativa de la salud, sino que porta cualidades diferentes. De manera que, de cierto modo, no tendríamos un criterio definido para preferir uno u otro estado. Son simplemente diferentes, diferentes cualitativamente, y no implican por eso mismo un orden de preferencia.

"... ese carácter propio de la enfermedad que consiste en ser verdaderamente para el enfermo otro modo de andar en la vida".

Claro que es preferible estar sano que estar enfermo, pero como la misma palabra lo indica -estar- se trata de estados, ambos momentáneos y pasajeros. Existentes los dos en el mundo. Esto permite pensar que no hay un ideal-ser o deber-ser en el mundo, porque existen ambos estados, porque co-existen los opuestos, porque todas las diferencias cualitativas son parte/s de este mundo.

"Si existe alguna excepción, ésta se refiere a las leyes de los naturalistas y no a las leyes de la naturaleza, puesto que en la naturaleza todas las especies son lo que deben ser en la medida en que presentan igualmente la variedad en la unidad y la unidad en la variedad".

Todo lo que está adentro y todo lo que está afuera son parte/s del mundo, separarlos y dividirlos según las características que cada uno de esos elementos porta, es segregarlos. Canguilhem sostiene que lo normal/lo patológico es una clasificación abstracta que se hace, porque no se trata sólo del análisis de los elementos fisiológicos, sino que esas categorías significan un juicio de valor. Ningún hecho es normal o patológico en sí. Un ser vivo es normal en un medio ambiente determinado, así como ese medio ambiente es normal para ese ser vivo. No puede hablarse de normal o de patológico sin la referencia a la relación con respecto a la cual ese hecho, ese suceso, esa persona pueden ser llamadas normales o patológicos. Esa relación convoca una posición ética y política, en tanto implica una decisión respecto del valor ideológico que se le asigna.

"Pensamos que la medicina existe como arte de la vida porque el mismo ser humano califica como patológicos -por lo tanto, como debiendo ser evitados o corregidos- a ciertos estados o comportamientos aprehendidos, con respecto a la polaridad dinámica de la vida, en forma de valor negativo".

Así, la norma aparece, para mí, como una de las modalidades del límite. Es decir, la normativización de las características de los elementos del conjunto, de las personas de este mundo, se presenta como una de las modalidades que la sociedad adoptó para darse a sí misma sus propios límites, sus propias reglas; estableciendo entre el adentro y el afuera una diferencia cuantitativa según el criterio de regularidad, es decir, según la frecuencia con que aparecen esas características en esas personas, con que aparecen esos fenómenos en el mundo.


En el límite, lo prohibido

¿Por qué debe existir lo prohibido? En primera instancia porque no estamos solos. Debe haber lugares prohibidos para que existan lugares permitidos. Cuando digo "cada cosa en su lugar" digo: establecer un orden de legalidad -conocer las reglas de juego- con el que podamos movernos. En palabras de Legendre:


"... una versión (...) de la Ley a la que podemos llamar Tercero social garante de la humanización de cada quien".

Es imposible que todo nos esté permitido. Lo prohibido interviene al final de la cadena normativa. Por eso hay reglas: algunas cosas se pueden hacer y otras no.

"Partiré de esta idea: instituir es hacer reinar lo prohibido, y lo prohibido no es otra cosa que imponer la parte de sacrificio que corresponde a cada uno para hacer posible la diferenciación necesaria al despliegue de las generaciones. Esto supone, en Occidente y todas partes, que lo prohibido mismo sea construido en tanto que discurso que sobrepasa a todo sujeto".

La negociación es parte de la vida. Si sabemos que hay lugares que nos están prohibidos, podemos ver cuales son y podemos acordar en que sean esos, entonces sabremos que siempre habrá algo que deberemos sacrificar. Para Freud es el malestar estructural, el infortunio de la vida cotidiana, del que no podemos sino esperar que esté ahí, que suceda. Es el precio que debemos pagar para estar con otros. Este precio pagado es una renuncia a la omnipotencia de lo absoluto, la castración simbólica del sujeto.
El hecho de estar eximidos de esos lugares -inaccesibles para los seres humanos por ser parte de la cultura, porque el mundo no es natural, sino un mundo de lenguaje- nos hace más libres. Libres para elegir entre nosotros, de lo que nos queda, cómo queremos movernos y hacia dónde, junto con quiénes, en qué tiempo. Somos responsables de decidir, en colectividad, cómo queremos administrarlo, en qué dosis, bajo qué condiciones. Entonces seremos responsables de elegir ese lugar y también de quedarnos. Decidir cómo organizarnos a nosotros mismos, cuáles juegos vamos a jugar y con qué reglas es lo que Castoriadis llama autonomía. Toda regulación es colectiva. Según mi punto de vista, es la colectividad, el colectivo, el que debe encargarse de esa tarea de intérprete, al que Legendre le adjudica la función del límite. Es la colectividad la que ejerce ese oficio con el objetivo de mediatizar y hacer vivible la relación con el principio de la Ley:


"Precisamente tal es la tarea del intérprete: hacer prevalecer, en la humanidad moderna como en cualquier otra parte y en todos los tiempo, la función del límite, función ligada al destino de la especie. (...) ¿Y qué significa, subjetiva y socialmente, la función del límite? Exactamente esto: hacer jugar el imperativo de diferenciación, es decir, poner en acción la lógica de la alteridad, abordar el reto del semejante y del otro".

Desde la perspectiva de la constitución del psiquismo, podemos pensar que el yo se constituye como otro. Es otro. Se aliena, pero para después separarse. No podemos sin los otros, no seremos jamás "sueltos" -que bonita palabra-, aunque seamos Robinson. Somos como en el espejo, una visión ilusa de eso que en verdad somos. ¿En verdad somos? Somos ahí, así. Lo real detrás del espejo no existe, siempre es la imagen que vemos y que nos mira. Por eso es necesaria esa instancia tercera. Hay un otro, ya no un Otro. Hay unos otros.
Las reglas, que nunca ponemos solos, funcionan como esa instancia tercera que no podemos romper si queremos seguir jugando. La institución, que no es lo mismo que la institucionalización, de esas reglas es el mecanismo por medio del cual entonces podemos movernos en el mundo, aunque éste sea imaginario. La institucionalización de esas reglas tiene que ver con el ímpetu de normativización, puesto que las reglas se vuelven rígidas y exteriores, no son creadas por la colectividad, sino impuestas desde fuera y mantienen la obligación de respetarlas. Las personas se convierten en estereotipos prefabricados, de los cuales se esperan comportamientos determinados. Pero ésta, como ya dije, es una de las modalidades de la ley. Es una de las modalidades del límite.
Otra modalidad se presenta cuando, aceptando que no podemos jugar sin reglas de juego, las creamos para jugar el juego a nuestra manera. Cuando estas reglas son creadas en el seno de la colectividad, con el acuerdo de los participantes, con el conocimiento en cada uno de ellos de lo que cada uno debe sacrificar, de lo que cada uno debe perder, de lo que cada uno debe negociar en función de ese juego, entonces esas reglas no son normativizantes, son facilitadoras de un tránsito menos amargo, son lugares de soporte de ese malestar inevitable. El dolor que nos provoca la renuncia pulsional puede ser paliado porque son precisamente los otros los que, al transitar junto a nosotros, al jugar con nosotros el juego, nos ayudarán a soportarlo.

Bibliografía


1. Georges Canguilhem. Lo normal y lo patológico. D.F., México, 2005, Siglo XXI.
2. Pierre Legendre. Lecciones VIII. El crimen del Cabo Lortie. Tratado sobre el padre. D. F., México, 1994, Siglo XXI.
3. Eugenio Raúl Zaffaroni, Alejandro Alagia y Alejandro Slokar. Manual de Derecho Penal. Capítulo 1: Poder punitivo y derecho penal y Capítulo 21: La inexigibilidad de comprensión de la antijuridicidad por incapacidad psíquica. Bs As, 2005, Ediar.
4. Eduardo Cuadrado. "Caso Ema". Presentación para Módulo Estado y Producción de Subjetividad, Cátedra Producción de Subjetividad, Universidad Experimental. Facultad de Psicología, UNR, Junio 2006.
5. Marité Colovini. "Lo normal y lo patológico". Martes 15 de abril de 2008. Fuente: www.clinicayactualidad.blogspot.com
6. Raquel Capurro. "Homosexual-Heterosexual. Crítica de un par conceptual". Jueves 24 de abril de 2008. Fuente: www.clinicayactualidad.blogspot.com
7. Marité Colovini. "Dispositivos de tratamiento y suplencia". Trabajo presentado en el Congreso de Salud mental, Panel: Las instituciones, organizado por el Colegio de Psicólogos de Entre Ríos. Paraná, Entre Ríos, Abril 2003.
8. Marité Colovini. "Condiciones de practicabilidad". Jueves 10 de abril de 2008. Fuente: www.clinicayactualidad.blogspot.com

1 comentario:

Néstor dijo...

Aprovecho esta producción singular de cartel, no por casualidad, para decir un par de cosas que me gustaría plantear.
Además de resultarme muy grato leerlo, me dió la sensación frente a este escrito, como así también frente a otros, que la implicancia o implicación ... (no sé bien cual sería el término indicado) con respecto a lo producido es un dato de los trabajos en carteles a tener en cuenta.(con esto no pretendo descubrir la pólvora, pero quiero decir que me gusta poder leerlo en los trabajos) En este, en particular, el modo de encabezarlo habla de una sinceridad que me parece no quiere aparentar, es decir que no necesita hacer semblant de ....qué buen estudiante/lector de Psa soy! ni qué cartel que me mandé! etc. Por otro lado, también el cartel puede no funcionar.
Aparece en muchas producciones, a mi juicio, el resultado de una APROPIACiÓN de aquello que nos motivaba, muy diferente a cualquier producción usual. L-o que se encarna o se hace cuerpo de lo que se produce en el cartel es otra cosa -es eso a lo que apunto-, marcada por una lectura hecha desde otro lugar. Y el modo de trabajar del colectivo también es otra, diferente, en tanto el mas Uno tiene la función de encausar, generar deseo de producir, u otra veces puede ser desangustiar, pero especialmente des-favorecer las identificaciones, que siempre están en juego.
Ahora bien, en esta fortaleza , también está -no la debilidad- sino las limitaciones que tal vez algunos supimos o no sortear mejor que otros. Si realizo un trabajo para el Otro, para aquel que me lo pide, en el marco de lo que debería ser la enseñanza académica, porque es fácil así regularizar una materia o por lo que sea...;o si por el contrario, me "convoca" (como dice en un escrito -gallitelli-), el tema en función, el querer saber sobre algo que ....pica,,,, que nos toca de un modo particular. Y, a la vez, estar preparados para trabajar de un modo en que ninguno allí tiene la verdad y que es necesario pensar incluso cómo vamos a ponernos a producir algo con eso, desde dónde, qué posición tomar frente a ciertas paradojas, complejidades o dificultades .
En definitva se plantea la cuestión cada vez, en cada cartel,en cada reunión, de cómo abordar el psicoanálisis? El cartel es una forma, entre otras tantas. Pero debemos preguntarnos, a mi modesto entender, cómo ocupamos esos lugares, o más bien la pregunta ética en una de sus forma ¿que hacemos cuando hacemos lo que hacemos? como aparecía en uno de los escritos leídos en el blog clinicayactualidad.
Lacan se define en el SemXX (en la primer clase), en esa función de hablar para esos otros que eran su audiencia, como un analizante. Esta posición también hay que aprehender a saberla encarnar o saber - hacer con ella.

El lugar del analista, del cuál se autoriza uno mismo y que con suerte y viento a favor vamos a encarnar escapa -como en muchos trabajos se hace incapié: Giorgi, Degese, etc- a las paredes del consultorio, estas no son un sine quanon para operar.
Ahora bien, este otro lugar, el de analizante, también hay que saberselo procurar, encarnar, saber desde allí dialogar, etc. Porque también de él y en gran medida, a mi entender, depende el Psa.
Néstor Destéfanis.