lunes, 13 de octubre de 2008

::Función y campo de la palabra en psicoanálisis

Sobre la especificidad de la palabra en la clínica analítica
MARIEL MASTRIACOVO
Sobrarían ejemplos de situaciones cotidianas en las que todo el valor de la palabra aspira a quedar cómodamente cubierto en una función referencial. Abundan modos de habitar la cultura, de sostener los lazos sociales, de hacer prácticas institucionales en los que pareciera negarse todo el valor, el compromiso simbólico de la actividad exclusivamente humana de hablar.
Ahora bien, contra esto y en favor de pensar la función de la palabra en psicoanálisis, ese mentado lema cultural políticamente correcto que intenta rescatar el ya viciado “punto de vista de quien habla” o las frases disciplinalmente ya aceptadas como por ejemplo “el hombre crea el mundo que habita al enunciar” (E. Benveniste) no aportan mucho.

¿Cuál es la especificidad de la palabra puesta a circular en el dispositivo analítico?

En Una dificultad para el psicoanálisis Freud ubica claramente el porqué de la poca o mala aceptación que tuviera por aquellos tiempos el psicoanálisis[1]: el yo no es amo y señor en su propia casa, no sólo esto sino que además, su respuesta ante dicha condición es, como la de la psiquiatría, encogerse de hombros y recurrir a la patologización de lo psíquico. Discute Freud en este texto contra aquellas posiciones discursivas, ideológicas, éticas que abrevan a sostener la ilusión yoica de poder explicarse todo cuanto es obra de los hombres suponiendo que uno pueda “hacer uno” con lo que dice, con lo que hace, denegando toda existencia a la conflictiva pulsional y al inconciente. Podemos decir entonces preliminarmente que la propuesta del trabajo clínico de Freud aspira a romper con la tibia indulgencia y la autotolerancia (que puede estar muy cerca de la más cínica impunidad) del hombre hacia su modo de vivir, y su modo de sufrir.
Desde los comienzos de su enseñaza Lacan discutió con el supuesto tradicional de que existe en términos naturales, objetivables, una relación sujeto-objeto. Por ejemplo en el Seminario uno, capítulo De locutionis significatione donde retoma el diálogo entre San Agustín y su “hijo del pecado”, Adeodato. De ahí en adelante queda entonces planteado que la relación sujeto-objeto, lejos de ser de natural está interrumpida y al mismo tiempo posibilitada por el lenguaje. En el seminario cuatro esto queda plasmado en el grafo. El sujeto para dirigirse al objeto está compelido ineludiblemente a hablar, con lo cual el objeto lejos de ofrecerse a su mano se desplaza en el discurso. Así, cuando el sujeto habla se divide, entre lo que dice y lo que quiere decir, no sólo esto sino que además, en este “lo que quiere decir” no hay tampoco unidad, linealidad o principio de identidad que ordene definitivamente.

Freud subraya en El proyecto que es condición de toda representación posible en lo inconciente la preexistencia lógica de la presencia y la ausencia de los objetos en tanto percepciones. Es necesario suponer que luego del estado de necesidad, de urgencia, de indefensión la alteración interna sirvió como vía de comunicación para la asistencia ajena. Siempre y cuando alguien esté dispuesto a leer la alteración interna como pedido, como un mensaje dirigido a este Otro, algo sucederá que interrumpa aquel estado estado. Para que exista representación en lo inconciente es necesaria la existencia de huellas mnénicas, que se constituyen como restos, residuos de las vivencias de dolor y satisfacción.
El campo de lo representable se constituye desde sus orígenes lindando un límite infranqueable: hay algo que es del orden de lo irrepresentable, de lo inaugural sólo perduran los restos, los residuos. El objeto, junto con toda objetivación posible de lo acontecido se pierde. Frente a esto, cabría la pregunta por cuál es la relación entre este límite, esta pérdida de El objeto, El sentido, La realidad, La verdad y las representaciones inconcientes que en el trabajo de un análisis se convoca al despliegue. Si a esto le sumamos las operaciones de represión secundaria entonces no es un exceso taxativo decir que el sujeto de lo inconciente nunca enuncia en términos de completud, de coherencia y cohesión sino que se presenta en trozos, en restos, en tropiezos, en chistes, en lapsus.
En La negación encontramos un señalamiento que da cuenta de los modos absurdos, escurridizos, hasta chistosos en que lo inconsciente se presenta: “nunca se me hubiera ocurrido pensar en eso”, una representación logra muchas veces abrirse paso en la conciencia bajo la condición de ser negada. La negación supone un alzamiento de la represión, aunque no una aceptación de lo reprimido. En Recordar, repetir, elaborar Freud afirma que por lo general resulta imposible que el recuerdo de una clase especial de sucesos muy importantes correspondientes a la infancia aparezca. Estos acontecimientos se develan mucho antes por otras vías. El analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido sino que lo vive de nuevo, no lo nombra, no lo constituye como recuerdo, lo repite en transferencia. La cura se inicia con tal repetición, los fracasos de la sexualidad infantil, señala Freud, se sueñan desfigurados y está la negativa resistencial a reconocerse en ello. Por vía de la repetición la neurosis entra en el campo de la acción de la cura: sobre aquello que el paciente vive como real el analista practica su labor terapéutica dirá Freud en este artículo. La enfermedad del paciente, lejos de terminar con la entrada al consultorio o con una terapia breve, es para el analista un potencial actual para instalar la neurosis de transferencia y la posibilidad de la cura. Dirá Freud que el mejor camino para cuestionar la repetición e interpelar al sujeto está en el manejo de la transferencia. Es en el dispositivo del análisis que la neurosis vulgar se sustituye por una neurosis de transferencia de la cual se puede ser curado.
Tenemos entonces, síntomas, sueños y asociaciones, repeticiones, apareciendo en el discurso y en la acción del paciente. En Construcciones en análisis Freud dirá sobre este material en bruto del análisis que son la garantía de que todo lo esencial de la vida psíquica se encuentra conservado. El analista, al igual que el antropólogo, irá en busca de los restos, lo sepultado, claro que para esto el analista no necesita sumergirse en ninguna clase de profundidades psíquicas, contrariamente al antropólogo que sabe dónde excavar para encontrar, el analista trabaja para el surgimiento de los restos, a favor de ello interroga, señala, se abstiene pero sin tener a la mano un mapa exacto con referencias que indiquen, ahora preguntar, ahora callarse, ahora señalar tal o cual significante.
Tenemos en este material en bruto la materialidad sobre las que se montan, siguiendo a Miller, las Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma. Dirá Miller en ese texto que los fundamentos éticos de la práctica radican en tener presentes estas dos dimensiones, que no son autónomas pero tampoco homologables. Advierte sobre los riesgos de un análisis que transcurra principalmente por la vía del síntoma, los pacientes hablan de sus síntomas, de ellos se quejan, con ellos conviven, de ellos saben más que lo que suponen. Los efectos terapéuticos harán que algo de lo sintomático tome otro curso, que algo se reacomode y que el paciente sufra un poco menos por sus síntomas. ¿Alcanza? ¿Es simplemente para esto que alguien convoca a que alguien hable? ¿Es “parar de sufrir” (como en las convocatorias religiosas) la propuesta del análisis?

Miller reivindica el lugar y el deseo del analista, como singularidades, no como entidades ontológicas, que pueden trabajar para que la queja neurótica, el gozoso narrar la novela familiar se “rompan” e invitar a “dar un paseo por el lado de las nadas”, a ir a ver qué hay por detrás del síntoma, aunque ahí no haya nada. El estar bien bajo la propia piel, aún cuando no sea poca cosa, no constituye el centro, la meta del trabajo de análisis, no es por lo menos determinante del final de un análisis. Esta puede ser la apuesta más a contrapelo de la cultura, del poder instituido que el dispositivo del análisis sostenga.
También en Construcciones en análisis Freud señala que la dinámica del análisis se sostiene en un trabajo doble: el paciente habla y es gracias a esto que algo sueña, algo recuerda, las representaciones inconcientes se despliegan; el analista, con este material en bruto, construye. Señala Freud en este texto la diferencia que hay entre interpretación y construcción. La interpretación se aplica sobre un material sencillo, como por ejemplo una asociación o una parapraxia. Es una construcción cuando el analista coloca ante el paciente un fragmento de su historia anterior, que ha olvidado. Freud se pregunta en este artículo respecto de cuáles son las garantías con las que cuenta un analista al momento de la construcción. Ante esto no habría validez general pero sí la experiencia presta una información confortadora dirá Freud: una construcción desacertada no produce perjuicio sobre la verdad histórica del paciente ni sobre el buen curso del análisis. Ahora, el analista habla, presta una lectura, aporta una construcción ¿y entonces? ¿ya está? Digamos, ¿se concluyó un momento, algo de la verdad ha sido dicho y con esto resuelto se podría seguir adelante? Muy en contra de lo que podría suponerse, o esperarse desde los ideales de la época, que aquel a quien se le paga por atender diga algo definitorio, la palabra del analista no concluye el trabajo, lo relanza. Todo el valor de una construcción radica en los efectos que a posteriori genera en el sujeto, ante estos la posibilidad de cálculo a priori del analista es rudimentaria, o al menos no es un cálculo exacto. Advierte Freud, no aceptamos el no de una persona en tratamiento por su valor aparente pero tampoco damos paso libre a un sí. Ninguna de las reacciones inmediatas del paciente tiene valor salvo que sean acompañadas por confirmaciones indirectas, por ejemplo un elemento en una asociación. Así tanto el “no” como el “sí” son en cuanto tales absolutamente ambiguos. Respecto del “no” hace Freud un señalamiento importante: la negativa por parte del analizante ante una construcción del analista puede con toda justeza deberse a una resistencia, pero también puede deberse a algún otro factor de la compleja situación analítica. El paciente puede decir que “no” a algo que en el contenido explícito del enunciado del analista no está presente. ¿A qué se niega el sujeto cuando se niega a hablar de lo que no se ha dicho? No hay para esto una respuesta que explique todos los casos, todas las negativas. Sin embargo lo intrigante de esta situación que Freud describe en este artículo dio pie a este trabajo de cartel.
Entonces, la palabra del analista no clausura, no completa el decir del sujeto. Asume Freud el camino que empieza en una construcción debería acabar en los recuerdos, pero no siempre llega tan lejos. Sí hay luego de ciertas intervenciones del analista una respuesta por parte del paciente que Freud en este artículo remarca como un fenómeno extraño y al principio incomprensible. Emergen relatos ultraclaros respecto del tema al que la intervención del analista apuntaba. Dirá Freud, son producto de un compromiso entre lo reprimido, puesto en actividad por la presentación de la construcción, que ha intentado llevar huellas mnémicas importantes a la conciencia y las resistencias que han logrado desplazarlo a objetos adyacentes, de importancia menor.
Recordando lo que dice Freud en Pegan a un niño podemos ubicar estas producciones del trabajo de un análisis como representantes de esa segunda escena que es dable a cosntuir en el análisis, la que daría cuenta de la posición frente al Otro que sostiene el sujeto. La noción de fantasma se presenta como ineludible, aún cuando no es el tema central de este cartel. Cobra desde aquí un nuevo sentido este “paseo por el lado de las nadas” al que es invitado el sujeto como dice Miller en el texto ya nombrado. Parece paradójico, el dispositivo está armado, entre otras cosas, para hablar de aquello que no es dable a enunciar salvo luego de mucho trabajo y de una forma completamente sutil, escurridiza, breve. Porque al fin y al cabo ¿quién puede responder de forma precisa, concluyente, definitiva ante su posición deseante?
Referencias Bibliográficas:

E. Benveniste Problemas de Lingüística General, De la subjetividad en el lenguaje
S. Freud, Construcciones en análisis
S. Freud, Proyecto de una psicología para neurólogos
S. Freud, La Negación
S. Freud, Recordar, repetir, elaborar
S. Freud, Una dificultad para el psicoanálisis
S. Freud, Pegan a un niño
J.J. Lacan, Seminario 1, La tópica de lo imaginario
J.J. Lacan Seminario 4, Las relaciones de objeto
J.A. Miller, Dos dimensiones clínicas, síntoma y fantasma

[1] Podría decirse que también por estos tiempos.

No hay comentarios: