miércoles, 8 de octubre de 2008

::Un rodeo por el deseo del analista. Antígona y el deseo no puro

PILAR GALLITELLI
“Lo que el analista tiene para dar, contrariamente a la pareja del amor, es lo que la novia más bella del mundo no puede superar, a saber lo que tiene. Y lo que tiene no es más que su deseo, al igual que el analizado, haciendo la salvedad de que es un deseo advertido.”[1]

El presente texto surge como resto del trabajo realizado a lo largo del año bajo el dispositivo del cartel. Al realizar la Dra. Colovini la propuesta de acerca de la modalidad de trabajo, el cartel se constituyó a partir de la iniciativa de un compañero, que manifestó sus inquietudes acerca de la temática del deseo del analista. El resto de los miembros fuimos convocados de este modo a investigar, problematizar acerca de ese punto fascinante e insondable de la teoría psicoanalítica.

En el Seminario 7, Lacan alude a la estructura de la ética trágica y dice que es la del psicoanálisis. Con el fin de desplegar lo afirmado anteriormente, dedica una parte de su Seminario a trabajar Antígona, la tragedia de Sófocles, ya que ella lleva hasta el límite lo que Lacan denomina el deseo puro, el puro y simple deseo de muerte como tal. Ella encarna ese deseo, por eso Antígona sale de los límites humanos, porque su deseo apunta al más allá de la até, de la desgracia, de la calamidad. La ley a la que se refiere Antígona no es la ley del Estado, sino la ley del deseo; el deseo sustituye al imperativo categórico de la ética kantiana. En este contexto, Lacan afirma que de la única cosa que se puede ser culpable en el marco de la perspectiva analítica es de haber cedido en su deseo. El imperativo "no ceder sobre el deseo" no puede ser concebido como un imperativo categórico porque es lo opuesto a la pretensión de establecer una premisa universal. La ética no vocifera, no da preceptos. “Se anuncia una ética, convertida al silencio, por la avenida no del espanto sino del deseo”[2]. Es el deseo quien funda una ética del silencio como la única que podrá hacer surgir la palabra singular e imprevista.
Lacan busca, con Kant, un incondicionado; lo sitúa, alejándose de Kant, no en el deber, donde el imperativo universalizante encuentra su verdad, a su criterio en la voluntad sadiana de goce, sino en el deseo. Así, en el artículo “Kant con Sade” explica que la ética estaría mejor fundada en el derecho de deseo que en un imperativo superyoico: “Se manifiesta que el deseo puede no sólo tener el mismo éxito sino obtenerlo con más derecho.”[3] Siguiendo la argumentación de Guyomard, en su libro “El goce de lo trágico”, si la máxima kantiana es “puedes porque lo debes”, la lacaniana sería “debes porque lo deseas”.
Las características del método psicoanalítico en sus diversas implicaciones, tanto éticas como técnicas, a saber, la asociación libre, abstinencia del analista, rechazo de la posibilidad de que el analista sea un educador, un director de conciencia o un profeta no se definen por un Bien, en el sentido de un absoluto exterior al campo del psicoanálisis sino en relación al deseo. “La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él, el analista sabe que es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le demanda, el Soberano Bien, él no lo tiene, sin duda, sino que además sabe que no existe. Haber llevado a su término un análisis no es más que haber encontrado ese límite en el que se plantea toda la problemática del deseo.”[4] Se plantea entonces una ética del deseo, la ética del psicoanálisis.
Si, tal como lo plantea Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”, la meta del tratamiento analítico consiste en llevar al analizante a articular la verdad acerca de su deseo, se entiende que sea taxativo al decir que el psicoanalista dirige la cura, que de ningún modo debe confundirse con dirigir al paciente. Ahora bien, el analista tiene que pagar con algo para poder sostener su función. Paga con palabras, sus interpretaciones también paga con su persona en la medida en que, por la transferencia es literalmente desposeído de ella y por último, es menester que pague con un juicio concerniente a su acción.
En lo que respecta al deseo, Lacan en ese mismo texto sostiene que el deseo es deseo de deseo; histéricamente estructurado como deseo de deseo insatisfecho. La experiencia analítica muestra que el deseo del sujeto se produce en el más allá de la demanda y se constituye cuando ve el juego de una cadena significante a nivel del deseo del Otro. Asimismo, Lacan indica que el deseo es la metonimia de la carencia de ser. Luego de estas consideraciones acerca de la estructura del deseo, Lacan afirma que está por formularse una ética que integre aquellas conquistas freudianas que versan sobre el deseo, para poner en la cúspide lo referido al deseo del analista.
Entonces, se plantea la pregunta por el deseo del analista. Una vez dejado a un lado la ilusión de cristalizar en una definición coherente, completa y definitiva el deseo del analista, se considera más rico, seguir la indicación de Lacan en el Seminario XI, a saber, a un deseo uno lo va cercando; es de esta manera como se intentará abordar la problemática.
Miller en “Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma”, advierte que en la expresión “deseo del analista”, el artículo es engañoso, porque no se trata del deseo de todo analista sino del analista en tanto tal y como tal, de cada uno de los que practican el análisis. La expresión “deseo del analista” no es descriptiva, no califica, con otros atributos, uno de los rasgos del psicoanalista. No es el deseo de tal o cual psicoanalista. No es tampoco el deseo de ser psicoanalista, precisamente un obstáculo se presenta cuando en lugar del deseo del analista aparece el deseo de ser analista. En este caso, el analista quiere ser tomado como analista, es decir, pide, reclama, demanda por un reconocimiento de su analizante de que es analista, que dice la verdad, que puede, en suma, que él es. En realidad, de acuerdo con la perspectiva lacaniana, la posición del analista tiene que ver más con un des-ser que con un ser.
De este modo, el deseo del analista es un concepto desde donde se piensa una función, el deseo aparece aquí como función.
En “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Lacan asevera que a medida que se desarrolla un análisis el analista tiene que vérselas sucesivamente con todas las articulaciones de la demanda del sujeto, demanda de felicidad, demanda de curación, de hacerle conocer el psicoanálisis, de hacerlo calificar como analista. Sin embargo, la demanda se pone entre paréntesis en el análisis dado que está excluido que el analista satisfaga las demandas del paciente. El analista es el que apoya la demanda, no para frustrar al sujeto, sino para que reaparezcan los significantes en su frustración está retenida.
En referencia a esto resulta interesante el texto “Problemas clínicos en la iniciación del tratamiento” en donde Ariel teoriza que la demanda del Otro dice así: ¿Qué me quieres? No se trata de “¿qué quieres?” debido a que hay un me presente entre el qué y el quieres. Tampoco se trata de “¿qué quieres de mi?”, esto sería si fuese posible el qué quieres y el mi. La complicación que introduce la pregunta es que en el querer del Otro, yo estoy implicado. No hay un qué quieres aislado de mi sino un qué me quieres, un querer en relación a mi presencia. Se trata de un llamado que se le hace al Otro para que conteste por ese me que soy yo que está implicado en “¿qué me quieres?”. El analista podría dar una respuesta al pedido del analizante que lo conduzca a desear y a saber quién es y qué quiere; podría dar un saber acerca del ser del analizante, acerca de ese me como ser del analizante. Ahora bien, dar una respuesta supone que tiene la pretensión de saber qué ese me que soy, que puede ser dicho, es decir, recubierto con significantes. De este modo, responder equivale a transformar el qué me quieres en qué quieres de mi, es decir, si el analista responde a la demanda de ser para el otro diciendo desde el saber qué es ese me, imposibilita el análisis. Esto se mostraría como ineficaz por más placer que parezca producir, ya que evidentemente hay un cierto placer en que me digan qué soy como ese me que justo le falta al Otro. Sin embargo, el deseo indestructible sigue ordenando en la insatisfacción por más que el analista de esta respuesta. La pregunta qué me quieres, no debe ser abordada desde el punto de vista imaginario, desde el qué quieres, sino desde el analista debe ser abordada por el me. El lugar del analista es el lugar de sostener ese me, el deseo del analista tiene que ver justamente con abstenerse de qué quieres y abordar la cuestión por el lado del me en la demanda del Otro, sostener ese me. No se trata de qué quiere hacer el analista con el analizante sino qué quiere el analista que el analizante haga con él en el lugar de ese me.
“La función del deseo del analista es concebida por Lacan como una incógnita, como una X (…) como una incógnita a la cual se enfrenta el sujeto ante el Otro que está allí, que es un deseante, y que no demanda. Y precisamente porque no demanda nada se nota más que es deseante, que está allí por algo, y no dice por qué. Es otro que cuando el sujeto le pregunta ¿qué quieres de mi? o ¿a usted qué le parece?, no dice nada. En la medida en que la posición del analista es una posición bien depurada de la demanda tiende a concentrar esa función del deseo de Otro que yo no sé qué quiere de mi”.[5]
El analista encarna una incógnita, que para el sujeto es ¿qué quiere de mi?, ¿qué me quiere? El analista es ante todo un deseante, y en tanto tal causa el deseo del analizante. No interviene a título de sujeto, sino de objeto, de a. Así lo menciona Lacan en el Seminario 21: “(…) Es el a. Ese lugar de nadie es desde luego, como el nombre de persona lo indica, un lugar de rango a ocupar, de falsa apariencia (semblant).”[6] No se trata de ser analista sino de ocupar un lugar, de hacer semblante de objeto que cause el deseo del analizante. Tampoco se trata de desear nada en particular sino de encarnar esa incógnita que para el sujeto es el deseo del Otro. La tarea del analista consiste en hacer imposible que el analizante este seguro de saber qué es lo que el analista quiere de él. El analista debe asegurarse que su deseo sigue siendo una X para el analizante. El deseo que le supone al analista se convierte en la fuerza impulsora del proceso analítico ya que mantiene al analizante trabajando, tratando de descubrir qué es lo que el analista quiere de él.
“Entonces, qué deseo extraño el del analista, que no quiere hacer nada con el otro, y además quiere que el otro hable, se abstiene de querer que el otro haga cosas, digo, uno quiere que los pacientes anden bien. Pero este deseo del analista es así; qué extraño ese deseo que suspende sus deseos como semejante, para desear en tanto analista, para querer ser –a fuerza de detectarlo- ese me del otro, aunque eso sea una mirada, una mierda, una voz (…) deseo extraño el del analista, deseo de no desear nada del otro, sino deseo de ser tomado por eso con lo cual el otro padece ser (…) qué me quieres, insiste la demanda del analizante permitiendo cernir cada vez más ese me a fuerza de no querer hacer algo con él, a fuerza de sostener ese lugar cuya voluntad es no desear más que esa nada que es ese me, que es ese punto de implicación de lo que el Otro quiere, su causa.”[7]
Por ende, Ariel plantea que el analista suspende la ética de la felicidad, por una ética de la imposibilidad, entendiendo por esto que es imposible ser ese me que el Otro espera, es más, no solo ser ese me sino que además espera saber de ese me. Así plantea un pasaje de la impotencia de ser feliz, a la imposibilidad de ser ese me para el Otro.
La pregunta por el deseo del analista cobra relevancia si se considera que Lacan en el escrito “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” afirma que es el deseo del analista el que en último término opera en el psicoanálisis. Ahora bien, “¿Cuál puede ser entonces el deseo del analista? ¿cuál puede ser la cura a la que se consagra? ¿Va a caer en el sermoneo que hace el descrédito del sacerdote cuyos buenos sentimientos han sustituido a su fe, y asumir como él una “dirección” abusiva?”.[8] No, puesto que en el análisis no se trata de la reeducación moral del paciente, ni de la domesticación del Yo débil por uno más fuerte; tampoco puede pensarse como la identificación con el analista puesto que, siguiendo a Ariel, la identificación es el cortocircuito de la demanda que obtura cualquier acceso al deseo, proponiendo al sujeto un campo de dominación alienante.
Por otra parte, en el Seminario 11, Lacan afirma que el deseo del analista no puede dejarse fuera de las preguntas dentro del campo del psicoanálisis porque el problema de la formación del analista lo reclama. Precisamente el análisis didáctico sirve para llevarlo a eso que Lacan denomina deseo del analista. La formación del analista exige que sepa en torno de qué gira el asunto en un análisis, entorno de qué gira el movimiento y a ese punto axial es al que nombra como el deseo del analista. “El deseo es el eje, el pivote, el mango, el martillo, gracias al cual se aplica el elemento-fuerza, la inercia, que hay tras lo que se formula primero, en el discurso del paciente, como demanda, o sea, la transferencia. El eje, el punto común de esta hacha de doble filo, es el deseo del analista, que designo aquí como una función esencial. Y no me vengan a decir que no nombro este deseo, porque es precisamente el punto que sólo es articulable por la relación del deseo con el deseo.”[9] Es más, Lacan va a expresar que detrás del amor de transferencia hay una afirmación del lazo del deseo del analista con el deseo del paciente.
El deseo del analista, que aparece al analizante como una X, no tiende a la identificación, sino en el sentido opuesto. Hay una más allá de la identificación con el analista, definido por la distancia entre el objeto a y la I idealizante de la identificación.
“Para darles fórmulas que sirvan como punto de referencia diré –si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a pulsión. Y, por esta vía, aísla al objeto a, lo sitúa a la mayor distancia posible del I, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar. El analista debe abandonar esa idealización para servir de soporte al objeto a separador, en la medida en su deseo le permite, mediante una hipnosis a la inversa, encarnar al hipnotizado. Ir mas allá del plano de la identificación es posible.”[10]
Eidelsztein, en su libro “La topología en la clínica psicoanalítica” intenta echar luz sobre estas palabras de Lacan, diciendo que resulta más comprensible si se piensa la transferencia como la posición del neurótico en la neurosis de transferencia dirigiéndose al sujeto supuesto saber. Si hay demanda es porque en la demanda se supone un sujeto supuesto al saber. Considerando el matema de la pulsión, al inicio del análisis de la posición neurótica, el neurótico lo que hace es separar la demanda de la lógica de la pulsión en la que opera y le oferta al analista una relación en función de la demanda. Así, si el paciente se posiciona a partir de un “yo demando que usted me demande” donde planteada de esta manera la demanda es separada de la pulsión, la posición del deseo del analista puede proponerse del siguiente modo “eso que usted demanda, lo demanda porque está inserto dentro de la lógica de la pulsión”. Asimismo, plantea al objeto a como producto de la operación que consiste en reconducir la demanda a la pulsión.
En el comienzo de un análisis, el analista se encuentra posicionado en “I” ante el paciente, sin embargo, para que el análisis funcione, el analista tiene que salir de ese lugar idealizado para servir de soporte al objeto a separador. Es aquí donde se introduce la cuestión del deseo del analista.
Luego de haber realizado este recorrido, puede retomarse lo planteado inicialmente acerca de la tragedia y el deseo puro de Antígona. Lacan concluye el Seminario 11 diciendo: “El deseo del análisis no es un deseo puro. Es el deseo del obtener la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto, confrontado al significante primordial, accede por primera vez a la posición de sujeción a él. Sólo allí puede surgir la significación de un amor sin límites por estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde puede vivir.”[11]
Lacan realiza esa afirmación luego de haberse referido a la ética kantiana y su articulación con el pensamiento sadiano, es decir, a lo sádico del imperativo categórico. En este sentido son lo mismo Kant y Sade: rechazo a lo patológico y énfasis en el estatuto formal de la ley, en la forma pura de la ley. La ética de Kant sacrifica la particularidad del goce en función del imperativo universal. El imperativo kantiano es igual que la operación sádica, puesto que el sádico también quiere someter a todo el mundo al universal de su goce, ese es el punto en que los dos se encuentran. Ese deseo puro equivale al imperativo categórico, incondicional, la voz sadiana del superyó obsceno y feroz. De ahí se entiende que Lacan plantee que el deseo del analista no es un deseo puro sino un deseo de obtener la diferencia absoluta. El deseo del analista es definido por Lacan como el deseo de la máxima diferencia en la medida que separa el Ideal del objeto.

Bibliografía

Ariel, A y otros; “Problemas clínicos en la iniciación del tratamiento”, pág. 55, 1985.
Eidelsztein, A; “La topología en la clínica psicoanalítica”, Editorial Letra Viva, Buenos Aires, 2006.
Guyomard, P; “El goce de lo trágico”, Editorial La Flor, Buenos Aires, 1997.
· Lacan, J; “La dirección de la cura y los principios de su poder” [1958], Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
· Lacan, J; “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad” [1960], Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
· Lacan, J; “Kant con Sade” [1963], Escritos 2, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
· Lacan J; “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” [1964], Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
· Lacan, J; Seminario 7 “La ética del psicoanálisis” [1959-1960], Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
· Lacan J; Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” [1964], Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
· Lacan, J; “Seminario XXI. Los desengañados se engañan o los nombres del padre” [1974], inédito.
· Lombardi, G; “La clínica del psicoanálisis 1. Ética y técnica”, Editorial Atuel, Buenos Aires, 2002.
· Miller, J; “Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma”, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1984.
[1] Lacan, J; Seminario 7 “La ética del psicoanálisis” [1959-1960], clase XXII “La demanda de felicidad y la promesa analítica”, pág. 358, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
[2]Lacan, J; “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad” [1960], Escritos 2, pág. 663, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
[3] Lacan, J; “Kant con Sade” [1963], Escritos 2, pág. 763, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
[4] Lacan, J; Seminario 7 “La ética del psicoanálisis” [1959-1960], clase XXII “La demanda de felicidad y la promesa analítica”, pág. 357, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
[5] Lombardi, G; “La clínica del psicoanálisis 1. Ética y técnica”, pág. 106, Editorial Atuel, Buenos Aires, 2002.
[6] Lacan, J; Seminario 21 “Los desengañados se engañan o los nombres del padre” [1974], clase 11, del 9 de abril de 1974, inédito.
[7] Ariel, A y otros; “Problemas clínicos en la iniciación del tratamiento”, pág. 55, 1985.
[8] Lacan J; “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” [1964], Escritos 2, pág. 832, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
[9] Lacan J; Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” [1964], clase XVIII “Del sujeto al que se le supone saber, de la primera díada y del bien”, pág. 243, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
[10] Lacan J; Seminario XI “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” [1964], clase XX “En ti más que tu”, pág. 281, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.
[11] Lacan J; Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” [1964], clase XX “En ti más que tu”, pág. 284, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005.

1 comentario:

Mauricio Emilio dijo...

Hola Pilar: tu trabajo me parecio muy interesante, felicitaciones!