martes, 14 de octubre de 2008

::De los límites de la palabra.

VERONICA GONZALEZ
El psicoanálisis tuvo su nacimiento en la indagación acerca de la configuración particular que el orden simbólico atribuye a la naturaleza del hombre.
En la práctica analítica se trata de hablar, por lo que el analista cuenta con solo un médium, la palabra del paciente. Ésta herramienta, porque única, enfrenta su propia limitación.
La palabra roza la Verdad del inconciente, llega a la plenitud del tiempo en el que el sujeto se desvanece, pero en el que ha asomado, fugazmente. Esa Verdad circula, es fundamental que tenga movimiento en el discurso metonímico, movimiento del engaño infinito en la inconsistencia que encamina a una insistencia que la falta en ser hace andar. Se trata de aquel territorio inconquistable, imposible de conocer, de la porción faltante al discurso conciente para concretar su continuidad y que en el camino es disfrazado de astucia, motivo por el que no es confundible el proceso psíquico inconciente con la percepción que la conciencia hace de él. “De lo que está involucrado en el proceso de Abfuhr y entra bajo el signo del principio del placer, el sujeto consciente no aprehende nada, salvo en la medida en que hay algo centrípeto en el movimiento, en que hay impresión de movimiento para hablar.”[1]
Sumándose a la precariedad en la captación interna de los procesos de pensamiento, se encuentra el artificio que la palabra tributa en su articulación. Entonces esa dominancia ilusoria del yo poseedor de un saber, se diluye en un indefectible decir a medias, la consecuente caída en el malentendido, en el equívoco. De la existencia de la Verdad por fuera del discurso, resulta la exigencia de continuar hablando porque todo no puede decirse.
El no-todo conduce a una abertura cuyo contorno es creado mediante el moldeamiento del significante, es un hacer vinculado a la articulación de la demanda, sepultura de la pura necesidad, estado primario de privación que subyugo al cuerpo indefenso en su propia invalidez a un estado de tensión sin resolución, más que mediante la intervención de aquel que con su respuesta significante en tanto acción específica cancela la necesidad, y adquiere el privilegio de ocupar el lugar del Otro. En esa mítica primera vivencia se experimenta la inmediatez en el goce obtenido que no ha sido pedido, ni esperado, resultando la introducción y desaparición de lo puramente orgánico en el universo simbólico. Constituido éste por una asociación de huellas que guiarán el camino que tome el deseo en su búsqueda, sometida al recuerdo de la primera, única e irrepetible satisfacción. Una vez instalada la marca del sentido, se produce ese desfasaje que torna irrealizable la adecuación de lo deseado con lo demandado, condenando así a la inmortalidad a un deseo eternamente insatisfecho, por lo que enfrentarse a la realidad conducirá siempre a un inevitable fracaso. La cesura introducida deja algo por seguro, el
reencuentro de aquel primer goce con el Otro absoluto permanecerá inaccesible. Se lo volverá a encontrar como nostalgia, como anhelo, pero en este tiempo ya necesariamente perdido ha dejado un vacío, nada en la que habita la Cosa. Ésta que ha existido en la íntima ajenidad que el semejante representa, ha dejado su marca como vacío insalvable, concediendo en su ausencia la condición de posibilidad de la formación del significante que el hombre labra con sus manos. Hacer fundamental hacia el distanciamiento respecto de esta Cosa, garantía de un goce pleno, que como tal es mortífero. Aquí encuentra su función la interdicción del incesto, como punto de toque entre la ley y el deseo, hace de la cosa materna, ese deseo esencial, el objeto prohibido, perdido. Con la introducción del significante se da paso a la caída de ese goce originario para vivir de la inexistencia del goce todo.
La distancia conservada en relación a das Ding, surca un camino siempre de retorno pero nunca de hallazgo, manteniendo su fin alejado e inalcanzable, la orientación es gobernada por la ley del placer. Reglando la intercalación de significantes para el mantenimiento del nivel homeostático, instalando la quiescencia para esa energía que en calidad de libre orientaba su dinámica a la descarga. Así, la regulación se da en términos del discurso, por lo cual “el principio de placer encuentra las cosas en los signos”[2]. De estas ligaduras significantes, gravitatorias representaciones, algo escapa a su dominación, la energía libremente móvil es el resto inasible, exiliado al fuera de significado, en ese mutismo irresoluto, la Cosa. A pesar de ser agujero, nihil de nada, conforma el andamiaje sobre el cual se sostendrá todo el andar del sujeto en función de su deseo. Como principio organizador del acontecer subjetivo, siendo ocupante de ese lugar central, escapa a la estructuralidad de la estructura y en este sentido se encuentra tanto dentro como fuera, en una posición extimia, que le permite atribuirse su función de causa y ser condición de la existencia de la palabra.
Aquí tenemos a la palabra desafiando aquella tendencia natural de regreso a un estado antiguo e inicial, oponiéndose a la única meta que cualquier organismo vivo puede tener, la muerte. Ser hablante de una significación inaccesible, somete al hombre a la esclavitud del lenguaje, en el que la Verdad se desplaza, deslizando al deseo en su perennidad. Hablar es uno más de los complicados rodeos que impusieron la desviación respecto de la meta vital originaria. La palabra rescata de la muerte a la vez que condena a la trágica incompletud.
¿Dónde cabe el silencio, lo indecible?, ¿dónde se refugia lo inarticulable en palabras? El psicoanálisis ha hallado en la palabra el medio que confiere sentido a las funciones del individuo, en el discurso el lugar de pesquisa de la verdad. Sin embargo, en el instante en el que el paciente se topa con la imposibilidad de decir, hace presencia la angustia. Como repetición de una reacción primitiva frente a un peligro significativo que en el origen desencadenó la ausencia del objeto, es índice del retorno en lo real de esa pérdida irrecuperable, vacío que no puede ser representado ni por la imagen ni por el significante. Allí donde la causa comienza a andar para el psicoanálisis, en el mismo lugar tropieza con su límite.








Bibliografía:

Derrida Jacques – “Dos ensayos”.
Freud, Sigmund-“Lo inconciente”.
Freud, Sigmund-“Más allá del principio del placer”.
Freud, Sigmund-“Inhibición síntoma y angustia”.
Lacan, Jacques-“Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”.
Lacan, Jacques-“Apertura de la sección clínica”.
Lacan, Jacques-Sem.XI.”Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”.
Lacan, Jacques-Sem. 7. “La ética del psicoanálisis”.
Massota, Oscar- “Ensayos lacanianos”.
Salafia, Anabel-“Práctica y discurso del psicoanálisis”.





[1] Lacan, Jacques. Seminario “La ética del psicoanálisis” Cáp. V Das Ding. Pág. 64.
[2] Lacan, Jacques. Seminario “La ética del psicoanálisis” Cáp. IX Pág. 148.

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