lunes, 13 de octubre de 2008

:: La angustia como orientación en la dirección de la cura en la clínica con niños


VICTORIA BIGA

El tema del cartel que me convocó a hacer este trabajo es “Clínica con niños”. Marité Ferrari en su seminario “La dirección de la cura en el análisis con niños: la pulsión y el objeto”, dice: “No hay campo que nos confronte tanto con la castración que el trabajo con un niño…nos encontramos con todas las versiones posibles de la falta”. A raíz de esta afirmación pensé que un tema crucial en la clínica con niños y no solo en ella, es la angustia de castración.
Freud nos dice, en la conferencia 25ª que el primer estado de angustia remite a la separación con la madre y que todas las angustias (angustia ante una persona extraña, oscuridad y soledad) siempre remiten en definitiva a este primer momento, a este arquetipo. Se consideran reacciones frente al peligro de la pérdida de objeto. Por ejemplo cuando el niño se angustia frente a un rostro extraño, no es porque el rostro es extraño, sino porque en ese rostro espera ver a la madre, lo angustia el “no encontrarlo”, la añoranza y el desengaño es lo que se traspone en angustia (la libido resulta inaplicable entonces se descarga en angustia). Para poder tratar este tema tan complicado, experiencia universal del ser humano y problema clínico por excelencia, a partir de esta afirmación de Freud, decidí abordarlo a partir de la “díada” madre-hijo, momento tan crucial en la vida de un niño.
En cuanto a la dirección de la cura, podemos decir que cuando esta separación madre-hijo no se produce, cuando no hay un corte, es cuando aparece la angustia y es a raíz de ésta que el analista se orienta en lo que sucede en la constitución subjetiva del niño y es lo que permite pesquisar por dónde hay que intervenir para instaurar cierto corte y que ceda de alguna manera este goce. Lo interesante de este tema es pensar la angustia como posibilidad de constitución subjetiva.
La constitución subjetiva se da en dos tiempos, alienación y separación. Esta operación en dos tiempos necesita, para que se realice, que se suceda una “doble” pérdida de goce. La primera, se da en el momento del nacimiento y posteriormente esta operación se finaliza si hay una renovada pérdida de goce en la separación, relacionada con la prohibición del incesto y con el ingreso del niño a la cultura. Esta pérdida no es sin angustia pero tampoco es sin ganancia, lo que aquí se gana es la posibilidad de desear, apartar al niño del lugar de objeto y dar paso a la constitución del sujeto en tanto deseante.
Este primer momento corresponde a la constitución en tanto es en el campo del Otro, es este Otro quien crea una trama simbólica para este niño y ya desde antes de su nacimiento. Aquí el niño de identifica con una imagen que el Otro primordial le confirma, en la que se aliena. Este momento es, según Lacan, cuando el pequeño se identifica con el objeto de deseo de la madre; el niño es ofertado a ser el objeto que puede llenarla, el falo. El infans se propone como objeto que intenta colmar a la madre, lugar peligroso y muy angustiante. Se halla en la “boca del cocodrilo” con posibilidad de ser devorado. Que sea devorado depende, tanto de la madre, por amor a su hijo, como de la intervención del padre, con la doble prohibición del incesto y del padre que actúa en ella. Del niño también depende, es él quién debe renovar la pérdida de goce.
Es angustiante justamente porque el deseo no se colma, no se completa, ser convocado a ser el falo de la madre es imposible porque la demanda materna es insaciable. El niño queda en lugar de objeto de goce del Otro, intentando suturar la falta del Otro, ¡como si pudiera completarlo! Y menos que menos cuando su pene se vuelva real: ya no habrá nada que hacer, con el padre no se puede competir.
La descripción más elocuente que encuentro para este tiempo de constitución es la paradoja de la función materna que nos plantea Silvia Amigo en su artículo “Paradojas Clínicas de la vida y la muerte. Ensayos sobre el concepto originario en psicoanálisis.” Esta paradoja reside en el hecho de que la madre goza y deja de gozar al niño al mismo tiempo, en palabras de la autora, “es una madre que encarga un niño banquete y no lo consume a perpetuidad” .
Una vez que la madre cede en su apetito, se ausenta, podrá aparecer el deseo de la madre en lugar del goce, que tapona todo lugar donde pueda advenir el sujeto. Lo que hace que no se lo devore perpetuamente es el amor al padre que hay operante en ella. En el ejemplo de la “madre Cocodrilo”, Lacan propone al falo como palo que traba esta boca (metáfora paterna) para que no se lo devore y S. Amigo le agrega que sin embargo fue necesario que la madre tuviera ganas de engullirse a ese niño para que se pueda dar la operación. Que lo quiera devorar implica que le falta y que se rehúse implica que sigue en falta.
En este ternario, madre-hijo, según S. Amigo, encontramos dos posiciones opuestas que determinan la significación fálica y el instrumento del goce fálico. En esta relación puede suceder que el niño sostenga a la madre o viceversa. Que el niño sea el que tiene que sostener a la madre implica que éste quedará en un lugar de instrumento, de objeto de goce, rige sobre el niño el goce fálico del Otro. Ahora bien, que la madre sea la que sostiene al niño implica que ceda a su goce, que desista de exigir permanentemente al niño que la colme, que no se lo devore, que se pueda ausentar para permitir que se realice un movimiento en el que aparece el deseo, por medio de la falta y el niño adviene sujeto.
Esta posición también implica que el Otro pueda aceptarlo manchado . Que el niño sea aceptado manchado quiere decir que se lo acepte tal cual es y que no se espere que sea lo que sus padres soñaron e imaginaron desde antes de nacer; se lo habilita a ser y no a ser objeto, es que se quiera al niño real. Todo lo contrario sucede en el primer caso, allí el Otro no hace sino más que exigir que lo colmen, sin mancha, lo único que el niño puede ofrecer frente a esta demanda excesiva es su propio yo.
En este tiempo, debe existir “para que las cosas vayan bien”, la operación del “juego del señuelo”, como diría Lacan o en términos de Fendrik (aludiendo a Manonni) “en una situación edípica normal el chico es el payasito de la mamá durante un rato, hasta que la mamá dice, `bueno…ahora tengo otra cosa que hacer ´." El niño debe aceptar que las cosas son así, que la madre no está enteramente para él, este es el límite. Esa otra "cosa que tiene que hacer” es el padre, la madre ahora debe alcanzar el goce propio de la feminidad, dirigido a un hombre. Por más que al niño le angustie esta situación de añorar a la madre, es necesario para que la madre no lo devore, evitará una angustia mayor. Es imprescindible para poder advenir como sujeto de deseo, para poder “admitir” su propia castración y por ende la de la madre.
Una vez que entra el padre en escena se entra a jugar un juego que solo “gana el que pierde” (con el padre no hay forma de ganar), dice Lacan, éste le permite conquistar la vía por la cual se registra en él la inscripción de la ley. El amor que la madre tiene por el pequeño, se basa en definitiva en el amor a un hombre. Gracias a este amor es que el padre aparece como donador, transformando ese goce en deseo de la madre y como consecuencia metaforizarlo por el Nombre-del-padre; así el niño puede dejar de ser el falo para pasar a ser.
Cuando las cosas no salen tan bien el niño tiene que ingeniárselas para hacer algo con la angustia de castración, sentida como un abismo en la realidad, entonces ¿cómo hacerle frente a este abismo? El fetiche y la fobia tienen objetos que enmascaran la angustia, estos objetos son convocados como medida de protección o garantía. El miedo es una barrera protectora ante la angustia, aunque siempre esté destinado a fracasar, hace que se implementen conductas evitativas, el miedo es una defensa contra la angustia, la angustia es “un miedo del miedo.”
Para Freud, en “Inhibición, síntoma y angustia” , la angustia es la que crea la represión, es por la angustia que se reprime, es la angustia de castración la que llama a resignar al objeto incestuoso y la agresión para con su rival en pleno Complejo de Edipo. Es la angustia frente a una castración inminente la que moviliza al niño a salir de ahí.
Si el sujeto se constituye como barrado, si no hay sujeto sin falta y sin pérdida, se podría pensar que no hay sujeto sin angustia. Esta falta, este “barrado”, implica que hay castración, que algo del goce incestuoso se ha perdido, que hay deseo y que hay falta, la falta que se inscribe. Esta falta es la que permite el advenimiento del sujeto, que el sujeto advenga en ese agujero, en ese lugar y esto no es sin angustia. Pero, ¿qué sucede si falta la falta? La angustia aparece también cuando “falta la falta”, esto significa que aparece cuando falta la inscripción del objeto como faltante, cuando en vez de ausencia aparece una presencia gozosa del Otro, a quien no se le ha podido sustraer el objeto y en consecuencia amenaza con tomar al infans como objeto de su goce. Hay angustia entonces, cuando la operación de corte, de separación con este Otro que se presenta como pleno, fuera de la falta, fuera de la castración, fracasa. De esta manera se sucede, según Ferrari “la angustia de ¿qué me quiere? En el desarrollo de angustia el sujeto demanda un corte en el campo del Otro, para poder motorizar la inscripción de la falta, acotando el goce.” Demanda este corte para constituirse como sujeto.
Si el objeto no puede perderse, aún para ser recuperado, el sujeto no queda alojado en ningún lado. La madre necesariamente debe ausentarse para así representar la ausencia del Otro, en ese agujero que se produce es donde se anclará el sujeto. Este permite el deseo del niño, porque la madre está ausente es que el niño la desea, si el Otro está en presencia excesivamente, si existe puro goce, si no hay agujero, este niño no desea en tanto que es objeto de este goce. Esta ausencia es la que indica que la madre puede dejar a este niño, no devorar, aunque necesariamente primero haya deseado hacerlo. Lo deja por amor a él.
A veces en este afán de satisfacer a la madre el niño termina enfermando, es decir, intenta satisfacer a la madre a través de sus síntomas. En el intento de ser el falo, la enfermedad del niño consiste en esta manera sintomática de satisfacer a la madre. Pero otras veces, el niño puede encontrar una salida “menos sintomática”, a esta situación.
Si es por la angustia que se reprime, si ésta aparece cuando falta la falta indicando que no se ha producido un corte, se podría decir que es crucial para orientar la dirección de la cura. Ferrari dice en el seminario, antes mencionado que la angustia es aquella manifestación que denota la proximidad de un objeto. Pero este objeto es muy particular, es un objeto incestuoso, un objeto que debería haberse perdido y en su acercamiento implica para el sujeto una promesa de exceso de goce, se hace presente algo que debería estar en falta, perdido. Entonces cuando el objeto está próximo, aparece la angustia, expresando de esta manera la falta de la falta. Así se puede afirmar que la angustia es lo que no engaña, comporta la verdad del goce por la presencia del objeto. Si, con Ferrari, se puede sostener que la angustia es lo que no engaña es porque aparece indicando un fracaso en el corte, “falta la falta” y es el acting el que intenta fallidamente hacer ese corte.
En la clínica con niños, según Ferrari, hay muchas consultas en relación a pequeños que buscan por todos los medios dejar en falta al Otro. Ella pone como ejemplo las escenas escolares donde los niños avergüenzan a su madre y estos actos tienen el valor de acting. Para Lacan todo acto es transferencia de angustia; entonces estos actos son para el niño un intento de generar angustia en el Otro, para poder perforar a este Otro a quien se le supone una voracidad de goce, para producir un agujero en donde se pueda instalar algún sujeto. Es esta la razón por la que Marité nos dice, aludiendo a Lacan, que el acting es un intento de ingreso en la escena.
El acting como intento de instaurar ese corte, esa falta, es lo que orienta, indica donde debe realizarse ese corte. Es el acting el que denota la certeza de la angustia en tiempos de constitución subjetiva, la angustia no engaña y si ésta no engaña, la dimensión del acting es como si estuviera siempre en el horizonte de la dirección de la cura. Para la autora, la dificultad del analista reside justamente en este punto, “maniobrar para que la angustia esquicie al sujeto, para instaurar cierto corte, que posibilite una cesión de goce.”
Resumiendo, es fundamental, para orientar la dirección de la cura, la angustia como instrumento principal ya que no engaña, denota la verdad del goce que debería perderse, la proximidad del objeto, el objeto no recortado, en este sentido nos marca por donde hay que intervenir, “por donde hay que cortar”. Ésta es la razón principal que me hace elegir, dentro de este cartel, “clínica con niños”, el tema de la angustia.
Sostengo que, “jamás un análisis apunta a la adaptación del niño o a su normalidad vía supresión de síntomas, sino a un cambio en la posición subjetiva, un cambio de lugar en el mundo, lo que equivale a una apuesta del sujeto en el niño” . Este cambio de posición, podríamos decir, que equivale a apostar al cambio de objeto de goce del Otro a sujeto deseante. Para este cambio es necesario escuchar los síntomas, escuchar la angustia, es ahí por donde se puede empezar el cambio. Como diría S. Fendrik, aludiendo a Dolto: "el deseo del niño será el que descubra al sujeto que había sido rehén hasta entonces, del “deseo” materno y de las fallas paternas".

BIBLIOGRAFÍA:


AMIGO, S., «Paradojas clínicas de la vida y la muerte. Ensayos sobre el concepto originario en psicoanálisis», Editorial Homo Sapiens, Rosario, 2003.

FENDRIK, S., «Psicoanálisis de niños. La verdadera historia. » Tomo IV: Françoise Dolto y Maud Mannoni, Editorial Letra viva, Buenos Aires, 2007.

FERRARI, M.; «La dirección de la cura en el análisis con niños: la pulsión y el objeto.” »Seminario, Clases I, II y III, tomado de wwww.edupsi.com/dirninos
dirninos@edupsi.com

FERRARI, M.; «Clínica con niños. Transferencia como condición y como obstáculo en la cura. » Seminario, tomado de http://clinicayactualidad.bogspot.com/2008/06/clinica-con-nios.html.

FREUD, S., «25ª conferencia. La angustia» (1917 [1916-17]), en Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III), Tomo XVI, Obras Completas, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2004.

________ «Inhibición, síntoma y angustia» (1926 [1925]), Tomo XX, Obras Completas, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2004.

LACAN, J., «La Relación de Objeto.» Seminario IV [1956-1957]), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007.

AA.VV.; «Miedo al miedo», (2001), Revista Conjetural, Nº 37, Editorial Nuevos Hacer G.E.L, Buenos Aires, 2001.

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